Muchos estudiantes de química han abrevado en el manual escrito por el profesor Maitland Jones, de la Universidad de Nueva York.
Jones, una eminencia en la materia, renovó los métodos de enseñanza.
Lejos de basarse en operaciones rutinarias basadas en la repetición de fórmulas, buscó la interpretación, para resolver cuestiones complejas.
Análisis de escenarios, investigación aplicada, claves de tratamiento de problemas, casos, ponencias, debates, o sea, relación directa entre teoría y práctica en permanente conexión con la realidad y con los desafíos de la ciencia hacia el porvenir.
Sin embargo, el 25 % de los estudiantes de su último curso firmó una carta diciendo que la materia “había sido muy difícil”.
Y el decano, haciendo derroche de desparpajo, desmesura y desconsideración, resolvió despedirlo.
Un decano, o rector -según sea el caso-, que, por supuesto, no son ni siquiera la sombra de la autoridad científica y el reconocimiento social que ostenta el profesor.
Por supuesto, la convulsión que ha desatado el episodio ha afectado sensiblemente a la institución pero, sobre todo, ha servido para abrir la polémica en torno a cinco puntos que nos parecen esenciales:
Primero, el mercantilismo: ¿Cuál fue el efecto causado por la virtualidad mal entendida durante la pandemia?
Con desaforado afán por evitar la quiebra, muchos claustros engañaron a las familias mediante programas de estudio baladíes que fomentaron la desidia y retrasaron por años el conocimiento entre los alumnos.
Segundo, la frivolidad: Para evitarse problemas, deserción, ausentismo, muchas entidades optaron por la educación efímera, superficial, desconectada de la realidad e intrascendente.
Tercero, el autoritarismo, basado en burocracias académicas vengativas e ideologizadas que, desconociendo el debido proceso, se valen de sus pasajeras cuotas de poder para ajustar cuentas contra maestros exitosos y prestigiosos a escala internacional, como Maitland Jones, precisamente.
Cuarto, el populismo académico, es decir, la tendencia al facilismo y la complacencia para garantizar matrículas, subvenciones, y encuestas favorables en los rankings.
Y quinto, la manipulación y el engaño, pues muchas instituciones se han convertido en auténticas maquinarias de mercadeo para enmascarar la triste realidad interna en la que realmente viven.
¿Cuál realidad?: programas académicos creados al azar y sin dominio; profesores sin experiencia ni experticia; maestros enclaustrados, sin contacto alguno con la realidad; instalaciones peligrosas; y desconocimiento absoluto de la formación de seres humanos debido a la masificación.
En definitiva, el caso del profesor Jones, experto mundial en química orgánica, no es algo aislado, ni un acontecimiento pasajero.
Y columnas como esta, a 4 mil kilómetros de distancia de Nueva York, lo atestiguan con toda claridad.