RADAMÉS BARCA | El Nuevo Siglo
Lunes, 18 de Agosto de 2014

La  llegada de inventos como el betamax, las antenas parabólicas y la televisión por cable, implicaron cambios en ciertas aficiones de la gente, como el cinematógrafo. En Bogotá existían cientos de salas de cine, a las que asistía nutrida concurrencia.

La televisión, en sus comienzos aquí, en 1954, no incidió en la asistencia a los teatros. El eclipse de las salas se inició con la popularización de aparatos que permitían ver películas en casa sin necesidad de filas, soportar frío y la inseguridad.

No obstante, para los cinéfilos de verdad no es lo mismo ver un filme en el televisor que la proyección en un teatro. Quienes religiosamente no se pierden de una buena cinta siguieron fieles yendo a las salas que aún quedaban. Después vino el boom de los centros comerciales, y los empresarios se dieron cuenta de que en esas grandes superficies podrían compartir cines y negocios diversos. Así que en la capital y las demás ciudades del país en los grandes conglomerados de comercio se construyeron modernas salas de cine. Y el negocio les ha resultado rentable a las compañías exhibidoras de películas.

Uno de los centros cinematográficos más representativos en su época de apogeo, el Multiplex de la carrera 7 con calle 24, de cuatro salas, hace tiempo cerrado, desaparece definitivamente para dar paso a una moderna torre de oficinas de 17 pisos.

La modernidad se impone y atrás quedan épocas que algunos aún recuerdan con nostalgia. El viejo Teatro Olimpia, del centro, en sus tiempos de esplendor fue célebre. Todo un acontecimiento en su inauguración. Se proyectaron las más grandes producciones de la época de oro de Hollywood.

Otra sala famosa, el Faenza, una joya arquitectónica que fue adquirida por un centro universitario. Este salón fue sometido a reparaciones conservando la originalidad. También fue muy popular para todos los públicos con las películas del momento.

Los viejos teatros de la ciudad se acabaron. No obstante, la afición de la gente por el Séptimo Arte se mantiene y en los últimos años se ha incrementado la asistencia a las nuevas salas en los espacios comerciales. Los espectadores prefieren ver un buen filme en el ambiente de un teatro, con tecnologías de vanguardia, efectos especiales y el aire de romanticismo que pervive no obstante las tendencias de la modernidad que todo lo banalizan en aras de la sociedad de consumo.

El hecho de que desaparezcan los viejos teatros no implica que también la preferencia por ver películas en la pantalla grande de un cinema. Placer que no se experimenta en la de los televisores.