Nidos de fanáticos
Un demente se subió en días pasados sobre la estatua recién instalada de Juan Pablo II en el Parque Simón Bolívar y con una segueta empezó a decapitarla.
Adujo razones bíblicas contra las imágenes y la adoración de las mismas. Mala cosa que cometa semejante atropello contra la autora de la estatua, contra los que quisieron rendir homenaje a uno de los hombres más grandes del siglo XX y contra la comunidad católica para la cual Juan Pablo II fue presencia privilegiada del Espíritu de Dios para bien de la humanidad. Pero buena cosa que empiecen a verse las consecuencias, muchas muy peligrosas, de un cristianismo predicado por fanáticos y desorbitados que provocan a la larga estos comportamientos.
El tema está por comenzar a ser observado y analizado con detenimiento. Con la borrachera de la libertad religiosa y de cultos, ha habido una serie de vividores y fanáticos que han extendido su reino de sinrazón y violencia escondida en no pocas personas. No es sino encender la radio cualquier noche de desvelo, en la frecuencia AM, para darse cuenta de cómo una serie de verdaderos orates están llenando de pavor y quizás motivando a actuaciones absurdas, con base en supuestos discursos religiosos de un dudosísimo cristianismo, a numerosas personas llenas de desequilibrios en todo sentido.
Y si bien la mayoría de nuevas iglesias parecen tener espíritu e intención serios, la verdad es que en algunas de ellas la irracionalidad es la nota dominante, empezando por la personalidad de quienes dirigen el culto y la predicación. Alguna autoridad, que tenga como tarea proteger a la gente, debería tomar nota de lo que sucede en algunas nuevas congregaciones religiosas, supuestamente de carácter cristiano, porque allí pueden estar empollando unos fanáticos supremamente peligrosos. Uno que sale con segueta a decapitar estatuas ya es signo de alarma pues de ahí a querer mañana la cabeza real de alguien de otra religión o de otra forma de pensar no hay sino un paso.
Mientras esto sucede, la Corte, con su inocultable antipatía por lo religioso -otro fanatismo-, prohíbe que el Congreso de la República reconozca la labor extensa de una diócesis, no importando todo el bien hecho, los colegios fundados, los hospitales creados, los pobres atendidos. Por andar en estos menesteres que niegan derechos a las mayorías, la autoridad no quiere mirar la parte corrosiva de minorías ciegas y, por cierto, muy violentas.