RAFAEL DE BRIGARD MERCHÁN, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 6 de Noviembre de 2011

No hay templo vacío

Entre  los signos esperanzadores que hay en la vida social no es el de menor importancia aquel de los templos religiosos llenos, al menos en el medio colombiano. Puede uno hacerse una imagen, generalmente dominical, pero no solo, cuando en la mayoría de los barrios la gente se dirige al culto religioso. “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, oh Dios mío” canta el salmista. Acaso el pleno aforo que se ve en iglesias y otros recintos religiosos resulte ser un signo de un pueblo que sigue creyendo firmemente en valores y realidades trascendentes, con capacidad de iluminar en esperanza el diario vivir.
Teniendo en cuenta el carácter cristiano del culto de la inmensa mayoría de los colombianos y también de su formación humana y espiritual, se puede afirmar que nuestra cultura anhela y quiere desde lo hondo de su alma los valores del Evangelio. Tal vez nos han faltado ojos para ver en profundidad todo lo que sucede y se genera en la actuación cultural de nuestras gentes. Tiempos se han ido en que los recintos sagrados llenaban de temor o de furor a las gentes. Los de hoy son días en que la palabra amor ocupa sobremanera los labios de los predicadores y ahí se genera una poderosa corriente que a diario se transforma en obras de bien y solidaridad en todos los niveles. Eso sí, silenciosamente, como lo manda el Redentor.
Además, el templo se ha convertido, sobre todo en las grandes ciudades, casi que en el único espacio en que las gentes se encuentran fraternalmente y también desprevenidamente. El resto de la urbe está plagada de rejas, cámaras espías, celadores, concertinas y una larga lista de artefactos que invitan a la sospecha, a la prevención y al prejuicio, al individualismo más extremo e inhumano. No así en el recinto sagrado y en su amable atrio que es desde siempre punto de encuentro, balcón de salutación, ágora universal. Atrio que es también hogar del indigente, para quien no existe losa dura ni alero corto.
Tal vez no deliremos al afirmar que los templos llenos resultan ser hoy día como antorcha que sugiere un lento pero seguro retorno a realidades que siempre dieron paz y sentido a la humanidad, pero que por momentos se habían ocultado en medio de los paraísos terrenales que nunca llegaron ni llegarán. Templos llenos, ¿signo de nuevos tiempos?