RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 9 de Diciembre de 2012

La dignidad no se pierde

 

En los razonamientos que se hacen para justificar la eutanasia se argumenta sobre todo diciendo que en ciertos estados de enfermedad avanzada e incurable o en estado solo vegetativo, la vida pierde su dignidad. Eso no es cierto. La dignidad es inherente a la condición humana, no importa cuál sea el estado en que ésta se encuentre. Pensar que una persona tiene una vida indigna porque padece o sufre o es incapaz de autogobernarse, no es correcto. Cierto es que en esos estados extremos la vida se hace muy difícil. Indiscutible que un ser humano limitado a su condición vegetativa es un interrogante muy profundo sobre el sentido de la vida. Pero quien ha sido creado como persona, como ser humano, jamás pierde su dignidad y por esa razón la sociedad tiene la obligación de acompañar hasta su fin natural a todas las personas y no debe apoderarse de una especie de divina autoridad para determinar y provocar la muerte.

Hoy día la ciencia médica tiene suficientes recursos a su alcance para que aquellas situaciones más difíciles de enfermedad puedan ser paliadas, manejando sobre todo el dolor de manera que la persona no sea torturada por el sufrimiento. Pretender que en la vida nunca haya dolor ni sufrimiento es poco más que una negación de una de las dimensiones de la existencia y que tiene que ver con la limitación propia de todo ser creado y finito. Y cada vez que se presenten es legítimo y obligatorio presentarles resistencia y tratar de vencerlos. Esta lucha contra el sufrimiento muchas  veces es exitosa y admirable. En algunas ocasiones el mal físico y aun sicológico imponen su ley con dureza y es cuando la ciencia y también la espiritualidad están llamadas a la noble tarea de hacer lo menos dolorosa esa lucha, sin necesidad tampoco de prolongar innecesariamente la vida que ya declina a través de medios extraordinarios.

La humanidad es sabia como especie. Aunque algunos grupitos, a veces unas elites amigas de veleidades, sienten una especie de seducción por la “valentía” de llamar la muerte, el instinto vital de la especie es el que marca la pauta y prácticamente todos saben que la naturaleza es la llamada a dar por terminado el ciclo vital. Así ha sido, así es, así será. Lo indigno es no acompañar al que sufre pues es desconocer su dignidad, la que ni la muerte hace desaparecer.