RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 20 de Noviembre de 2011

Abandonar al ser humano

 

Amor  libre, aborto libre, droga libre, alcohol libre, divorcio express, etc. Estos son algunos de los temas del diccionario de una ideología que, viéndola sinceramente, no puede lograr nada diferente a abandonar al ser humano en el peor de los desiertos que no es otro que el de la soledad y el de la destrucción interior. ¡Cuánta ingenuidad culpable hay en esta sinfonía del absurdo! ¿No son suficientes los miles de casos diarios que se originan en la disponibilidad en la cada esquina de las urbes y caminos veredales de todo este surtido de medios de destrucción y aplastamiento de la condición humana para caer en cuenta del veneno de aquel discurso?
Flota en el ambiente de los “progresistas” un espíritu de rendición ante las fuerzas destructivas. Dar vía libre a verdaderos enemigos de la integridad humana sobre la ilusión de que cada persona elegirá sólo la dosis necesaria o abrirá su alma para luego cerrarla a voluntad, tiene tanto de inocencia como de provocación perversa. Acaso se podrían atender los discursos antiprohibicionistas si se fundaran, no sólo en razones económicas, sino en la existencia de un tejido social fuerte, de unas estructuras familiares de soporte bien establecidas, de una vida interiormente sólida y también de unos valores constructivos muy bien asimilados y vividos. Si nada de esto existe, poner en los estantes de los supermercados la basura antihumana es francamente un delito contra todos los hombres y mujeres.
Estamos, más bien, de acuerdo en que la lucha debe ser de todos. No basta la fuerza policial o militar. Es insuficiente la propaganda. Las campañas de prevención algo logran. Pero ante semejantes lacras que atacan la vida humana le corresponde a toda la comunidad ponerse de frente y luchar. Quizá la victoria definitiva nunca llegará, pero el mal sí es en buena medida controlable y existe la posibilidad de derrotarlo. La teología del pecado original recuerda que llevamos una espina que nos hace vulnerables al maligno, pero la teología de la redención afirma que el mal ha sido vencido y se trata de unirse a esta victoria y no de desesperar y entregar sin más al hombre y a la mujer a las fuerzas de la muerte.
En la lucha contra lo que degrada al ser humano el primer paso consiste en identificar claramente el mal y ponerle nombre propio, sin eufemismos. Lo segundo es abolirlo o atajarlo. Ningún paso consiste en menospreciar el poder del mal. Rendirse frente al poder del mal no debería estar en ningún proyecto de vida individual o social.