RAFAEL DE BRIGARD, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 29 de Noviembre de 2015

El consenso no construye verdad

Uno de los errores más comunes hoy en día al buscar definir los valores fundamentales es querer someter, o, de hecho, someter el tema a una metodología de plebiscito o referendo para que sea la mayoría la que establezca cuáles son y cuáles no. Así, los valores absolutos desaparecerían, y los que se reconozcan serán solo aquellos que han obtenido el respaldo de las mayorías o de unas minorías que son más activas que las mayorías. Es como si la verdad fuera el fruto de consensos y no una realidad que se impone por sí misma, más allá de circunstancias y conveniencias personales o sociales. Las mayorías o tal vez minorías nazis definieron que había una raza superior y con ese pretexto arrasaron millones de vida. Construyeron su verdad, que en realidad era una falsedad, y la usaron para aplastar a tantísimos seres humanos.

El consenso tiene una misión muy diferente a construir la verdad o a definir los valores absolutos. Sirve para generar paz, para lograr acuerdos, para resolver problemas del diario vivir y en general para que la gente se mueva con el ánimo de hacer la vida armónica y pacífica. Pero no es la fuente de la verdad ni de los valores trascendentes. Cualquier consenso que se construya sobre la verdad tiene muchas posibilidades de permanecer y ser útil; si, por el contrario, se basa en mentiras y falsedades, y es cosa bastante habitual, se deshará como castillo de arena. Corresponde a las instituciones sociales, políticas, religiosas, educativas, ayudar a que las personas conozcan la verdad y los valores primordiales, para su bien y el de todos. No les toca inventar verdades ni valores pues todo esto existe desde que el mundo lleva la impronta creadora de Dios.

Ejemplos de valores y verdades inventadas y su desastroso fin son incontables: el Estado totalitario como paraíso terrenal, las dictaduras como venidas de Dios, el engaño y la mentira como garantes de la felicidad y el bienestar, la abolición de los seres humanos como solución de algo, el ateísmo como oasis de sentido, etc. 

Estas y otras realidades logran perdurar algún tiempo, pero todo cae como si de cenizas fueran hechas ante el poder invencible de la verdad, que además no necesita que nadie le haga propaganda ni proselitismo. Igual que la libertad. Los creyentes no le preguntamos a la muchedumbre qué es bueno y qué es malo, qué es cierto y qué es falso. La respuesta está inscrita por Dios en el corazón de cada persona y la conciencia la reconoce con absoluta claridad. La verdad no se construye: se descubre y se acepta con amor.