Rastros de vida | El Nuevo Siglo
Domingo, 22 de Octubre de 2017

Cada vez que me siento a escribir me encuentro con la hoja en blanco y el reto de llegar a las quinientas palabras que puedo utilizar para enviar un mensaje, mediante un ejercicio de economía lingüística para que no sea ni una más ni una menos.  Termino dándome cuenta de que aunque la hoja aparezca vacía, hay un camino de aprendizajes recorrido, una historia conformada por miles de historias que hacen que la hoja lo único que requiera sea actualizarse: la información que aparece impresa u on line ya está escrita en mí, solo falta que emerja.  Esto que comento aquí nos ocurre a todos los seres humanos; eso es lo que verdaderamente me parece más interesante.

Sí, el nuevo comienzo está nutrido de millones de datos en espera de convertirse en información. Todo ser humano que nace está lejos de ser una hoja vacía.  Son muchas las evidencias que tenemos de ello: la genética nos habla de herencias genómicas que vienen encadenadas desde los albores de la humanidad y que se manifiestan en cada uno de nosotros, aquí y ahora.  Desde las constelaciones familiares podemos reconocer patrones transgeneracionales que llevamos a cuestas a partir de los linajes paternos y maternos.  Por la antropología podemos reconocer los constructos culturales que han venido interactuando en la historia de los conjuntos sociales, que se editan y reeditan con el surgimiento de nuevas comunidades humanas.  No somos tabulas rasas; heredamos legados fundamentales y a su vez construimos nuevas herencias para las generaciones venideras.

No escribimos nuestra historia diaria en hojas blanquecinas.  Si miramos a contra luz hoja por hoja, encontraremos una especie de marca de agua, algo que subyace a la superficie y que no es visible a simple vista, pero que contribuye al nuevo libreto que trae cada jornada.  Además de las huellas de nuestros antepasados, también arrastramos huellas de nuestra vida intrauterina, de los momentos relacionados con nuestro nacimiento, de lo vivido en la infancia, la adolescencia, la vida adulta.  Lo que vivimos hace tan solo un segundo también se constituye en rastro.  La mayoría de esas trazas quedan encapsuladas en nuestro inconsciente personal y pueden quedarse guardadas o emerger al consciente de cuando en cuando.  Es tarea de cada quien resolver esas emergencias, así como las propias del inconsciente colectivo, los surcos registrados por toda la humanidad.

Cada mañana reescribimos nuestra historia con los conocimientos adquiridos ayer, con las vivencias del pasado, sean ellas mentales o físicas.  En realidad no hay algo así como borrón y cuenta nueva, pues aunque pretendamos ser absolutamente nuevos día tras día la realidad nos muestra que “solamente” seremos hoy una nueva versión de lo que fuimos ayer.  Tampoco tendría mucho sentido desconocer lo pasado, recorrido, y aprendido. Ello equivaldría a desdeñar la vida en sí misma, a desconocer los procesos que hemos terminado y que más allá de los resultados nos permiten ser quienes somos. Hay muchos tesoros escondidos detrás de nuestra cotidianidad. La hoja, realmente, no está en blanco.