¿Cuántas veces necesitamos recomenzar? Posiblemente, muchas. Esto, antes que una desgracia o motivo de culpa o tristeza, es una maravillosa oportunidad para consolidar los aprendizajes y proyectarnos hacia nuevos horizontes.
En efecto, repetiremos lecciones de vida tantas veces como sean necesarias para aprender. Esas repeticiones no son desde cero, pues cada experiencia vivida cuenta. Fue necesario recomenzar cuando la ecuación algebraica no nos dio el resultado correcto; cuando se quemó la torta de chocolate porque le pusimos mayor temperatura al horno; cuando no comprendimos lo que decía el párrafo y tuvimos que regresar al título. Cuando el avión en el que viajábamos tuvo que abortar el aterrizaje por niebla sobre la pista y el piloto tuvo que reiniciar la maniobra. Igualmente, cuando quebramos en un negocio y nos dimos otra oportunidad para emprender o cuando tras concluir una relación de pareja iniciamos otro compartir emocional, luego de hacer el duelo.
Al revisar tu vida posiblemente encuentres muchos nuevos comienzos. Las oportunidades no solo son segundas; las hay terceras y centésimas, pues en la larga carrera existencial somos nosotros mismos quienes podemos crear esas posibilidades, tantas como sean necesarias. Nos es permitido equivocarnos de nuevo, y el propósito es tener cada vez mayor consciencia. De eso se trata el juego: de ir ampliando nuestra capacidad de comprender el sentido profundo de cada experiencia vivida. No hay nada casual, todo cuanto sucede y nos ocurre tiene significados vitales, con los cuales nos damos el permiso para aprender. El camino hacia el éxito dista bastante de ser una recta ascendente: está lleno de bajadas, baches, caídas y recaídas.
Para recomenzar es fundamental acotar a nuestro fiel amigo el ego, que activa la culpa, la ira, la soberbia, la parálisis o la envidia, para que podamos transformarlas en aprendizajes que nos permitan avanzar, sin darle crédito a esas voces que surgen para sabotearnos la vida. Las internas que nos dicen que no podemos, que no estamos a la altura para hacerlo bien, que nos van a descubrir en nuestra mentira, aunque tengamos la experiencia y las capacidades suficientes, síntomas que ha expuesto ampliamente la Dra. Valerie Young, de la Universidad de Massachusetts, en su libro El síndrome de la impostura. Las externas, que posiblemente hemos escuchado desde la infancia, y que nos dicen que no somos capaces.
¿Qué hacer, entonces? Ser compasivos con nosotros mismos, tal vez como nunca antes lo hayamos sido. La compasión pasa por validar esas emociones de rabia, miedo, orgullo o pereza y reconocer que son visitantes temporales, que no somos ellas. Y honrarnos en nuestras capacidades y valentía por volver a intentarlo, en lo ya conocido o algo nuevo con lo que vibremos. ¡Ánimo, podemos recomenzar! Tenemos ese derecho.
@eduardvarmont