Cuando llegué en tren, a la estación de la Sabana de Bogotá, en un atardecer lluvioso, procedente de las cálidas tierras cafeteras, constaté inmediatamente que me encontraba en otro mundo. La gente vestía de oscuro, no era bulliciosa como los calentanos y el tono de la voz era bajo y misterioso. En el ambiente solar de la provincia se piensa en voz alta, nos tratamos con la idea de que todos somos iguales y se detesta lo que algunos aristócratas llaman, el sentido de clase. Rápido comprendí que Bogotá, estaba atrapada por unas pocas familias, dueñas absolutas del poder económico, político y social. En esos años cincuenta se oían en forma tumultuosa novelas radiales con títulos muy sugestivos: “Los de arriba y los de abajo”, “El derecho de nacer” y “Los hijos del pueblo”, entre otros.
Los dueños de la escena eran familias con apellidos muy sonoros: Los Holguín, los Urdaneta, los Umaña, los Uricoechea, los Urrutia, los Carrizosa, los Santamaría, los De Brigard. Vestían al estilo europeo. Ropa de marca. Finas fragancias y el tono de voz muy característicos. Decían con arrogancia: ¡Bogotá es Bogotá y lo demás es trópico!
En la capital de Colombia nunca pasaba nada.
Debajo de la alta burguesía se encontraba una muchedumbre, humilde, respetuosa, sometida, resignada y laboriosa. Las grandes noticias, la constituían los tempestuosos debates en el parlamento protagonizados por Laureano Gómez. Lo llamaban “El monstruo”. Otra fuerza, profundamente perturbadora fue la estremecedora elocuencia de Jorge Eliécer Gaitán. En forma engreída lo disminuyeron. A la multitud que escuchaba sus discursos los viernes en el Teatro Municipal (Kra. 8ª calle 10ª) la calificaron de “chusma gaitanista”.
Eran famosos los paseos por la séptima, del Gato Negro hasta el Cisne en la calle 24. La Cigarra, cerca al Hotel Grande (Parque Santander), era un peligroso fogón de chismes políticos. La simpática Loca Margarita, y el artista colombiano divertían al pueblo con sus excentricidades. Al preguntarle algún ciudadano al Dr. Laureano qué opinaba de los vivas al liberalismo y los abajos a los godos, de la desquiciada Margarita contestó: a mi partido le falta otra loca que grite lo mismo, pero al revés. El huracán oratorio de Gaitán envalentonó agresivamente al sector popular. Cuando el presidente López Pumarejo vio que Gaitán está haciendo “bochinches”, este líder repitió la anécdota, según la cual se expresó al Rey Luis XVI frívolamente de los desórdenes que condujeron a destruir la cárcel de La Bastilla: “No, su majestad, no son alborotos. Se trata de una gran revolución”. Y justo. Un hombre del pueblo, mal trajeado, desocupó su revolver a la una de la tarde contra Jorge Eliécer Gaitán, en la Avenida Jiménez con 7ª y esto produjo el monstruoso estallido social del 9 de abril, que convirtió a Bogotá y al país en una hoguera infernal, convirtiendo a varias ciudades, especialmente a la capital en un montón de cenizas.
De ahí surgió una Bogotá moderna, inundada por miles de edificios, enormes centros comerciales, bancos poderosos, teatros, clínicas, universidades, clubes y amplios y hermosos parques y sitios exóticos para la recreación. Alguien decía que la guerra es la partera de la historia.