Invoco la imparcialidad para escribir esta columna. Los acontecimientos que alteraron el orden público en diferentes ciudades demandan reflexiones conducentes a determinar que nuestra Policía Nacional sigue siendo la principal protagonista del diario acontecer ciudadano.
Ya lo dijo el doctor Alberto Lleras Camargo en el Teatro Patria de Bogotá: “Habrá buen o mal gobierno si tenemos una buena o mala policía”, verdad confirmada con el paso de los días, comprometiendo las administraciones a escoltar el diario trasegar de la institución por ser blanco preferido de críticos y enemigos de los gobiernos, que no escatiman esfuerzos para encontrar maculas y actuaciones que evidencian falencia en el servicio y la misma organización.
No obstante este inmutable asedio, la policía ha demostrado a lo largo de su historia ser una institución profesional y próspera, sobre llevando los ataques venidos de fuerzas oscuras que buscan su aniquilación, proponiendo cambios radicales como su salida del Ministerio de Defensa, debate agotado en su momento por inconveniente, o pretenden debilitar su estructura, separándola de las fuerzas militares, hoy coequiperas en la lucha por el orden y majestad de la ley. No escatiman sus detractores la salida fácil y maquiavélica al problema: ¡una reforma a la policía!
Permítanme: mataron a Mamatoco, de inmediato se presentó una reforma policial, que no bien se ajustó cuando llegó el Bogotazo y claro, otra innovación para la institución, el gobierno del Dr. Laureano Gómez iniciando los años 50 incluye cambios, pues refunda la policía; al asumir el General Gustavo Rojas Pinilla viene una nueva metamorfosis y pasa a ser parte del ministerio de Guerra. En las calendas del 60 la nacionalizan, con la Constitución del 91 otra reforma que aclara su dependencia del Ministro de la Defensa; por el 93 ante la violación de una niña en la quinta estación de policía, llega una nueva reforma, terminado con la última propuesta de la señora Alcaldesa de Bogotá.
Luego es palpable la cantidad de detractores institucionales. No olvidamos que no existe tribu, pueblo o comunidad que se pueda manejar sin el orden y justicia principios que cubre la policía.
No queremos retomar los episodios vividos la semana pasada por ser de total conocimiento ciudadano; reconocemos un error en el procedimiento y compartimos la indignación colectiva. Espero como el resto de colombianos el pronunciamiento de la justicia pronta y efectiva, pero los invitamos a pensar en los policías mutilados por minas quiebra patas, muertos en asaltos a puestos de policía, las víctimas de la lucha contra el narcotráfico, los lesionados en las protestas ciudadanas y aquellos secuestrados liberados. Son muchas las demostraciones de entrega que no han recibido el reconocimiento de la sociedad. ¿O es que el asesinato de los 22 cadetes generó protestas, paros o cacerolazos?