En esta era de la información nos llega una multitud de mensajes. Unos venden más que otros, algunos se hacen virales, con muchos nos identificamos. Y no siempre las informaciones más populares son los que más nos sirven, aunque desde nuestro amigo el ego hagamos pataleta para demostrar lo contrario. Una de esas frases célebremente inútiles la solemos corear con gran entusiasmo: “¡No me rindo, no me rindo, no me rindo!” Sin embargo, si pusiésemos atención a lo que nos muestra la vida cada día y tuviésemos una actitud sensata, podríamos reconocer que lo que muchas veces necesitamos es rendirnos.
Claro, desde la lógica ganar-perder el rendirse constituye una deshonra, algo que nos etiquetaría como perdedores, en un mundo en el que ser un looser es la peor desgracia que pueda sufrir cualquier persona. Por ello, le invito a cambiar de paradigma, abrir la mente, el corazón y el cuerpo para vibrar en una frecuencia ganar-ganar.
Hay situaciones que nos llevan al límite, en las cuales cambiar la mirada nos puede ayudar. Un ejemplo de ello es la enfermedad, sea un cáncer, una parálisis o una afección cardíaca. El viejo paradigma nos dice que luchemos contra aquello que nos “dio”. El nuevo paradigma nos dice otra cosa: acepta lo que construiste, sus consecuencias, y fluye. Es decir: sí, cáncer, yo te hice; hay emociones que no he resuelto y te construí como una oportunidad para mi sanación integral. Me rindo ante ti, te honro, y en lugar de desgastarme luchando contra ti elijo identificar eso que tengo pendiente por resolver y actúo desde el amor y la responsabilidad. Mientras sigamos atrapados en la lógica ganar-perder suena absurdo rendirse, no luchar; desde una visión no guerrerista de la vida –cooperativa, no competitiva– rendirse es lo que procede, para aprender y sanar.
Igual ocurre con las relaciones, los negocios y todos los ámbitos de la vida. Rendirse no quiere decir dejar de hacer lo que hay que hacer, resignarse o paralizarse. Rendirse significa transformar la visión que tenemos sobre la vida y lo que nos ocurre para trabajar en lo que corresponde, no en otra cosa. Rendirse es soltar lo que no necesitamos, aunque lo deseemos, para enfocarnos en lo que nos va a permitir avanzar en mayor armonía. Es posible que el rendirse implique algo de frustración, rabia, dolor o miedo. Pero, no somos ninguna de esas emociones, que también llegan de visita para que aprendamos de ellas. Somos mucho más y para descubrirlo es necesario pasar por la rendición. Rendirse tampoco es humillarse; es honrar una situación que nos permite cambiar de camino. Si no está de acuerdo con nuestro contrato sagrado, ¿qué sentido tiene insistir desde la soberbia? Allí, lo procedente es rendirnos, para seguir fluyendo.