RODRIGO POMBO CAJIAO | El Nuevo Siglo
Domingo, 15 de Enero de 2012

El derecho a la oposición

Ya lo enseñaba Don José Ortega y Gasset en su célebre obra La revolución de las masas: “En la revolución intenta la abstracción sublevarse contra lo concreto; por eso es consustancial a las revoluciones el fracaso. Los problemas humanos no son abstractos, son problemas de máxima concreción”.
Tan elemental enseña se ha encontrado ahora, en nombre de la democracia, en posición desventajosa, inferior, arrinconada como aquella que ve triunfar a los tumultuosos y enteléquicos revolucionarios porque se han ganado el favor de las mayorías.
Evidentemente, cuando los líderes revolucionarios ascienden al poder proclaman -como si fuera suya- la tranquilidad, la calma, la unidad y la no oposición. La contradicción en ellos, como se sabe, es cosa cotidiana.
A Petro, posesionado alcalde de la capital, se le ve invitando a la calma. Ya como gobernante le da por ser pausado y reflexivo, se siente con derecho a abstenerse de contestar preguntas incómodas e invita a la unidad para el progreso. Todo lo anterior, por supuesto, no solamente descuella por lo desconocido en él sino que parece discordante con su pensamiento, su trayectoria y sus convicciones.
Con tales proclamas empiezan a salir periodistas y columnistas en su defensa sosteniendo que es una soberana canallada afirmar que ojalá le vaya mal a Petro para que no llegue a la Presidencia.
Y es cierto, es una vileza sostener la idea de que es bueno para un país que se continúe con la sistemática destrucción de Bogotá para evitar el ascenso político de los radicales de izquierda. Empero, tendremos que sostener igualmente que es absolutamente perjudicial mantener un gobierno sin oposición, una administración sin contrapunteo, unos gobernantes sin fiscalizadores. No podemos confundir la oposición con la idea de que le vaya mal a la ciudad para que no ascienda Petro.
La oposición es, en una democracia, un derecho y un deber: derecho para poder ejercerlo sin contratiempos y limitaciones y un deber para quienes de corazón piensan y sienten diferente y tienen una cosmovisión distinta.
En ese orden de ideas, el Conservatismo (incluyo a La U, por supuesto) tiene el deber moral, ético y patriótico de cerrar filas en la oposición. Soy consciente de que la naturaleza ha dispuesto que los conservadores estamos diseñados para gobernar mientras que los socialdemócratas lo están para oponerse, pero la historia ha hablado y no nos queda otro camino que ser francos con la comunidad enlistándonos en una célebre oposición de gobierno.