Ante el nuevo debate sobre el estado de la nación que se avecina -los próximos 21 y 22- en formato moción de censura protagonizada por el profesor Ramón Tamames, la figura personal del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se dispone a superar el enésimo 'stress-test' sobre su supervivencia en el poder. Y si personalizo el desafío que se avecina (martes y miércoles de la semana próxima en el Congreso) es por el hondo arraigo de la impronta del concepto 'sanchismo' en los circuitos políticos, en los mediáticos y en los sesgos de las encuestas sobre estados de opinión.
Oigo decir a un famoso gurú de la sociología que "el sanchismo caerá antes que el PSOE". Esta frase del experto es la mejor manera de decir que "sanchismo" y "socialismo" son categorías diferentes, e incluso incompatibles. Ese es el matiz. Lo cual nos permite especular sobre una primavera política y organizativa del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que sobrevendría a una eventual caída del sanchismo.
No digo que vaya a ocurrir antes de las elecciones generales, para las que todavía faltan nueve meses y un laberinto de variables. Pero tampoco sorprendería a nadie la aparición de algún valiente que, desde las filas socialistas, empezara a pregonar que la verdadera alternativa a Sánchez en la Moncloa no es Alberto Núñez Feijóo, el líder del Partido Popular (PP), sino el PSOE.
Difícil que pueda ocurrir antes de las elecciones generales de diciembre, pero fácil que ocurra en el próximo congreso del PSOE si las siglas salen mal paradas en diciembre de 2023 como cantan todas las encuetas menos una. Y eso sea dicho no tanto porque lo digan los números (porcentajes, escaños, posibles coaliciones), o porque el aspirante, Núñez Feijó, sostenga, como ha sostenido este lunes después de presidir la ejecutiva nacional del PP, que "el Gobierno está acorralado y le quedan por vivir sus peores semanas". Basta conjugar los inesquivables elementos del análisis. Sobre todo, los intangibles. Es decir, los que no cabalgan a lomos de la aritmética.
A saber: percepción instalada de que se avecina un cambio de ciclo, creciente pérdida de credibilidad personal de Sánchez, consolidación de Feijóo como contrafigura del anterior, desbarajuste entre los partidos a la izquierda del PSOE, desmotivación entre los tradicionales votantes socialistas (seis de cada diez no saben si repetirán voto) entre los que también ha calado lo del cambio de ciclo político. Y, en fin, que al Gobierno ya no le cunden, desde el punto de vista de la rentabilidad electoral, su famoso escudo social, la pacificación del problema catalán o la agenda internacional del presidente.
Los equipos de Moncloa encargados de acortar la distancia con los votantes se enfrentan a la desalentadora sensación de que, hagan lo que hagan, les cuesta cada vez más llegar a los votantes y hacerse querer por la ciudadanía.