Santander y sus hombres | El Nuevo Siglo
Viernes, 18 de Marzo de 2022

No ama verdaderamente a su país, quien no lo desea mejor. La mentira despierta los sentidos, la verdad despierta la conciencia.

Después del santo temor de Dios, lo que más abomina el santandereano es la gris mediocridad. En Santander, estancarse es retroceder. Se piensa que el milagro no hay que esperarlo, hay que hacerlo.

Santander fue obra de colonos gigantescos. Humillaron la selva desafiante, dominada por malezas agresivas, lagunas nauseabundas, reptiles venenosos y mil enfermedades. Hoy es un jardín lleno de fragancias y de flores, porque sus hijos lo humedecieron con la sangre de sus entrañas.

El santandereano ama el sol, la naturaleza y la libertad por sobre todas las cosas. Por eso, después de muchos lustros de luchar con decisión y coraje, logró un puesto destacado en Colombia.

En este sentido, Eduardo Durán Gómez como líder cívico, ha marcado un hito en su región y en el país, haciendo sustantivos aportes a la comunidad en los cargos de responsabilidad que ha ocupado.

Ahora mismo, con Juan Carlos Vergara, este como presidente y Eduardo Durán como vicepresidente, han colocado a la Academia Colombiana de la Lengua a la cabeza en América Hispana por su prestigio y sus servicios a la humanidad.

Aunque no se esté de acuerdo con todo lo que expresa Eduardo Durán hay que aplaudirle su vocación patriótica, su alto espíritu moral y la seriedad y profundidad con que defiende sus teorías. En Colombia sobra inteligencia y falta carácter. Se convence más por lo que se es, que por lo que se dice.

Los libros de Eduardo Durán son de consulta forzosa. Es todo un profesional de la historia. No es historiador de fines de semana o de días feriados. Mañana, tarde y noche vive absorbido en sus trabajos apasionantes.

Las publicaciones de Otto Morales, aun las aparentemente improvisadas -se improvisan las palabras, no las ideas- tienen un hondo sentido educador. Es el tipo y el arquetipo del escritor que enriquece, que dice cosas, que ilumina, que motiva.

Eduardo domina la pasión por la pureza estilística y la fuerza conceptual.

Ama la sobriedad, el rigor, el equilibro, le entereza moral. El escritor no se pertenece. Pertenece a su comunidad, a su provincia, a su gente. Ese es el mérito del intelectual. El burgués en cambio, sólo piensa egoístamente, en su prosperidad, en su beneficio.

Eduardo siempre ha estado comprometido con la República, con la cultura, con el destino de la Nación.

Yo he sido menos optimista que Eduardo Durán en los planteamientos sobre el país. He criticado la improvisación y el inmediatismo en todo. Por eso afirmamos “procedamos que el golpe avisa”. Por el apego exagerado al tradicionalismo repetimos “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Somos triunfalistas; queremos iniciarnos en las grandes empresas por lo alto; a la política queremos entrar por la puerta grande de un ministerio y a los negocios por la puerta ancha de una gerencia. Somos más retóricos que científicos. Más amigos del brillo que de la solidez. ¡Ah! Faltaba decir algo importante. Somos envidiosos desde el penacho hasta los espolines. El colombiano no reza para que mejore su cosecha, sino para que se destruya la del vecino. Por eso Caro recordaba con frecuencia que nuestra capital no llama Bogotá, sino Envidiobolis.