El mundo está polarizado, todo se mueve entre extremos y ello no es ni bueno ni malo, simplemente es. Las polaridades hacen parte de la existencia: la vida fluye a partir de opuestos como día-noche, luz-oscuridad, bueno-malo, justo-injusto… Las categorías objetivas son más sencillas de aplicar, pues no requieren más que la evidencia desde los sentidos. Ya oscureció, luego es de noche; amaneció, es de día. En las categorías subjetivas se complica el asunto, pues entran en juego acuerdos construidos socialmente, como los juicios morales o los valores éticos, lentes con los cuales miramos la realidad y sobre los cuales los consensos cambian a la velocidad del rayo. ¿Es bueno o malo comer carne? Quien vive del ganado dirá que bueno, mientras que a quien lleva una dieta vegetariana le podrá parecer malo. ¿Es mejor un Estado laico que uno confesional? A quienes creemos en la separación entre las iglesias y el Estado nos parece mejor, más sano, la no confesionalidad en los asuntos públicos; a quienes desde su experiencia de fe consagran los pueblos a dioses o santos les parece atroz la laicidad.
Evidentemente, las polaridades sugieren la emergencia de conflictos. Nos ocurre en nuestra propia interioridad, como cuando no nos es tan sencillo identificar si un sabor nos gusta o disgusta, cuando estamos en los límites del placer y del displacer o cuando lo que criticamos en el de afuera lo hacemos mientras nadie nos observa. El conflicto es interno y podemos verlo o no, resolverlo o no, aunque ello implique la zona de confort del sufrimiento. Los conflictos que emergen en el afuera nos trascienden como individuos: es aquí donde cobran gran valor la negociación y la conciliación, a fin de lograr acuerdos básicos que nos permitan vivir juntos. Eso es lo que nos ha sido tan complicado en nuestra historia como humanidad, es lo que aún no hemos sabido resolver, pues nos cuesta mucho trabajo integrar los egos, los que si pudiésemos reconocer y aceptar nos ayudarían a trascender, los que puestos al servicio de cada quién nos permitirían dialogar.
El mundo plantea hoy polarizaciones políticas, religiosas, económicas y de todo tipo. Bueno, siempre han existido, solo que en las coyunturas actuales -globales, nacionales o locales- nos corresponde dejar de matonearnos y matarnos, si queremos no solo sobrevivir sino aprender a vivir. Nuestra incapacidad para acotar los egos y reconocernos mutuamente como pares es lo que nos pone en peligro. Requerimos serenarnos, para no ofender ni aniquilar al que piensa diferente, necesitamos serenarnos para no seguir el juego de los que no se han serenado. La serenidad es hoy una herramienta fundamental para avanzar en la construcción de sociedades un poco más amorosas cada día. Le propongo, ahora, tomar unos minutos para inhalar y exhalar, para soltar eso que no le sirve y le exaspera de usted mismo o de otros; podría respirar conscientemente y reconocer en la serenidad que va ganando mientras respira un pasaporte a la paz, la suya y la de todos.