En medio del sopor de 33 grados a la sombra imagino si es posible hacer política en silencio; recuerdo entonces un escolio de Nicolás Gómez Dávila: “El político tal vez no sea capaz de pensar cualquier estupidez, pero siempre es capaz de decirla”; además, de decirla tan rápido y de manera tan frecuente, porque sabe que tendrá el aplauso descriteriado de la fábrica de contenidos de los medios de comunicación y de las redes sociales.
No han llegado las lluvias de octubre y el zumbido de los cucarrones de tierra caliente ya se cuela por las ventanas, trayendo al Valle del Cauca el eco de los acontecimientos tan vertiginosos de este país en el que nada se decanta y en cuya arena política se instalan la premura, el ajetreo y la inquietud. Ocho contendientes desean instalarse en el desangelado edificio que todavía se llama “Palacio de San Francisco” para gobernar el destino de 42 municipios.
Cinco de ellos solo han agregado ruido, distracción y seguramente satisfacción futura porque de aquí en adelante los llamarán excandidatos a la gobernación del Valle del Cauca. Los otros tres son caras conocidas, aunque no de la misma manera ni por los mismos méritos: Dilian Francisca Toro, Santiago Castro y Tulio Gómez.
Con los avales de dos de estos tres, oigo mucho ruido como en la canción de Sabina: “Ruido de tenazas/ Ruido de estaciones/ Ruido de amenazas/ Ruido de escorpiones/ Tanto, tanto ruido/ Ruido de abogados/ Ruido compartido/ Ruido envenenado/ Demasiado ruido”. Si gana Dilian, los liberales, los conservadores “lentejos” y cuatro partidos más de los muchos que ahora hay, serán parte de una aceitada máquina que ha gobernado dos periodos seguidos, uno de los cuales, por interpuesta persona.
No pide uno un filósofo en el tarjetón, pero sí candidatos que si gobiernan lo hagan con serenidad, lo que nunca pasará con Tulio Gómez, gerente del Club Deportivo América, quien se comporta como un hincha del fútbol, tan confuso mentalmente que se identifica al unísono con el Pacto Histórico y con el Centro Democrático.
En la triada queda Santiago Castro. No es ni un mega político ni un supra empresario, sino un profesional con la serenidad de la que hablaba Heidegger lo que le servirá para lidiar, sin intimidarse, con los egos de tanto cacique, para discrepar sin agredir y para gobernar haciendo alianzas, pero nunca a cualquier precio ni con cualquiera.
Su programa coincide en lo fundamental con el de Dilian: seguridad, futuro, inversión, emprendimiento, presencia del Estado y recuperación del orgullo de ser vallecaucanos. Pero Santiago Castro no carga lastres del pasado. Y no hace ruido. Es serio y juicioso. Su vida en el sector privado, gremial y público lo ha mostrado como una persona con templanza de espíritu, con capacidad de actuar con claridad, tomar decisiones y asumir las consecuencias de sus actos.
Esa es la serenidad. No cae del cielo como las lluvias que quizás vendrán en octubre: “La serenidad para con las cosas requiere que no sigamos corriendo por una vía única en una sola dirección”, como lo harán, sin duda, Dilian y Tulio Gómez. La serenidad no es “estar sosegado, sin turbación física o moral”, sino el deber ser de todo gobernante, y eso lo sabe Santiago Castro, porque es conservador.