En medio de la actual coyuntura política en Colombia, un actor fundamental parece estar retirado de la escena: los jóvenes y su participación ciudadana. En un país donde la juventud representa una parte significativa de la población, su voz y su acción son indispensables. Sin embargo, para muchos de ellos, prima el desinterés hacia la política, lo que persiste como un obstáculo para la consolidación de nuestra democracia.
Me refiero a la política que va más allá de los discursos y las ideologías. La que se involucra en la construcción del bien común en sus comunidades, municipios y ciudades, en la gestión de servicios públicos, en las actividades sociales, en el control ciudadano.
Es innegable que el Estado colombiano ha fallado en crear oportunidades institucionales que permitan una participación más activa y formada de la juventud. Un ejemplo, es la falta de implementación del Sistema Nacional de Juventud, establecido por la ley 1622 del 2013. Este sistema enfrenta importantes desafíos en cuanto a la puesta en marcha del marco institucional aprobado, que desarrolla medidas para proteger, promocionar y garantizar los derechos de los jóvenes, así como para orientar políticas tanto por parte del Estado como de la sociedad civil.
Ahora bien, la realidad es que la juventud se enfrenta además de los desafíos políticos, a los derroteros económicos y sociales. La corrupción, la baja calidad de la educación pública a nivel de la básica y media, la violencia intrafamiliar y en los mismos colegios, la transformación del mercado laboral, son solo algunas de las problemáticas que afectan al país. Ante esta realidad, la participación de los jóvenes adquiere una importancia mayor. Son ellos quienes tienen el potencial de impulsar cambios, proponer nuevas ideas y revitalizar el sistema de participación, desde lo cotidiano.
La realidad es que la mayoría de jóvenes colombianos se mantienen al margen de la participación cotidiana, ya sea por desconfianza en las organizaciones, por falta de interés o por la costumbre en Colombia de que su participación no marcará la diferencia porque, aunque escuchada, no será tenida en cuenta.
El silencio de nuestros jóvenes en la participación activa trae consecuencias preocupantes. Deja un vacío de contribución y liderazgo que limita la pluralidad y la posibilidad de encontrar soluciones innovadoras; concentra la toma de decisiones desde una mirada particular fomentando la desconfianza institucional, la frustración social o la búsqueda de soluciones por mano propia.
La apatía contrasta con su compromiso con el arte, el deporte y la cultura, que se convierten en herramientas poderosas para despertar conciencia cívica y promover la participación activa.
El arte conmueve, inspira y fomentar la empatía. Abre escenarios de reflexión y construcción a través de la música, el teatro, la poesía o la pintura.
La cultura, brinda amplitud para celebrar identidades y tradiciones propias, locales y nacionales, así como fusiona y mezcla costumbres y pasados para proyectar futuro.
El deporte desempeña un papel fundamental, al desarrollar habilidades y valores esenciales para el bien común, fomenta el trabajo en equipo, la resolución de conflictos, la construcción de reglas de juego y la superación de retos, metas y temores.
Ha llegado la hora de la acción propositiva y constructiva de corto, mediano y largo plazos con la voz líder de los jóvenes y de su ciudadanía activa y transformadora. Los jóvenes tienen allí un espacio que les pertenece y en el que su presencia transformadora y creativa resulta imprescindible.