El país tuvo que, recibido con alborozo, la noticia que nos dio en días pasados el ministro del Medio Ambiente, sobre la recuperación de esa colosal “fábrica de agua” que es el Macizo Colombiano. Si ello se cumple, se ha librado nuestra patria de la desaparición lenta pero segura, hacia la cual marcha inexorablemente, por el agotamiento de sus fuentes proveedoras de agua.
Es difícil imaginarse hasta dónde llega la inconsciencia de las gentes, cuando en vez de cuidar, con celo vigilante, las riquezas naturales, las destruyen con sadismo arrasador. Ya no son válidas las excusas de que ese proceder se debe a la ignorancia y a la pobreza. Hoy cualquier letrado sabe que la deforestación comporta la destrucción de los nidos hídricos, la erosión de las tierras y la merma del abono, para la fertilidad de los suelos. En cuanto al argumento de la pobreza, sabemos que primero está el bien general de millones de seres, que las efímeras ventajas que derivan unos pocos, con la torpe explotación de irremplazables recursos. Si se insiste en el “caballito de batalla” de la miseria, es de anotar que a muchos colonos se les ha hecho ver el mal de su conducta y se les han ofrecido oportunidades alternas. Pero entonces con redomada mala fe, insisten en su cometido y nadie logra erradicarlos de su fatídico empeño.
Acertadísima la posición del ministro, al señalar que la salvación del ecosistema del Macizo, es tarea conjunta del gobierno con todos los colombianos como también la necesidad imperiosa de redefinir sus límites, para determinar los responsables de este santuario nacional. Aquí se debe agregar, si no se ha tratado, que se imponen la organización de un “Cuerpo de Custodia Forestal”, bien seleccionado y preparado, que no se deje sobornar ni tampoco intimidar, para que vigile esa área en toda su extensión e igualmente una estructura jurisdiccional, cuyos funcionarios sancionen a los infractores de una legislación ecológica, diferente a la actual, aplicada en esa misma región, por tribunales locales.
Toda la inversión que se haga para rescatar este patrimonio es poca, frente a los innumerables beneficios que de allí se desprenden, porque está de por medio, nada más ni nada menos, que la propia vida de la nación; también para volver a contemplar, el Magdalena solemne y caudaloso de los viejos tiempos de su navegación turística y comercial y no este de ahora, casi como el chorro de un prostático, que se puede atravesar a pie, en ciertos periodos del año como acontece a su paso por la ciudad de Honda o para no asistir más a la agonía, por falta de oxígeno, del río Cauca, irónicamente, el segundo río vertebral en el sistema hidrográfico central del país.
En los principios ecológicos de Estocolmo, de 1972, aparece claro que las reservas naturales de la Tierra, especialmente las muestras representativas de los ecosistemas naturales deben preservarse en beneficio de las generaciones presentes y futuras y de la misma manera, que el hombre tiene la responsabilidad propia de preservar y administrar con sumo juicio, el hábitat de esos recursos, el cual se encuentra en grave peligro, por una combinación de factores adversos.
Pocos de nuestros compatriotas han visitado las maravillas del Macizo Colombiano. Cuando se conocen y se admiran sin depredarlas, se incorporan al recuerdo, tributándoseles las evocaciones que suscitan sus parques naturales, sus lindas flores exóticas, sus impresionantes reservas forestales, planadas lacustres, imponentes glaciares y luego, su corona de agua, donde nacen los ríos más grandes de Colombia.