No necesariamente todos nuestros problemas como muchos lo expresan, pueden atribuirse al modelo capitalista. En efecto, los desaciertos por razón de la incompetencia, deshonestidad y concentración de privilegios, obedecen a la mala conducta de nuestros dirigentes públicos y privados que han derivado en situaciones aberrantes de injusticia social y económica.
Podría pensarse de igual forma en el caso del socialismo, si quienes gobiernan actúan de manera semejante, tal como sucede en Venezuela y Nicaragua debido a la concentración de poder y demás actuaciones inapropiadas de sus gobernantes.
De insistir en los cuestionamientos al modelo capitalista, entonces también podría ponerse en duda la verdadera calidad de vida y las buenas oportunidades de que gozan los ciudadanos en los Estados Unidos de América; mientras lo contrario cabría revelarse también de los países socialistas, si fuese en realidad ese el modelo ideal. Sin embargo, así como existen países prósperos y de grandes desarrollos donde opera el socialismo en alguna de sus variadas formas, los hay capitalistas con altos índices de miseria y pobreza extrema.
Entonces, el debate sobre uno u otro modelo concluiría con una altísima probabilidad, en una combinación equilibrada de los dos a fin de lograr lo mejor de cada uno, agregado a un proceso integracionista de Latinoamérica como se ha intentado.
En ese orden de ideas, la prioridad de la coyuntura colombiana para las próximas elecciones es valorar la ética de los candidatos. Siendo la primera premisa combatir la corrupción, el egoísmo, la insensibilidad social, la inequidad y la impunidad.
Venezuela y Nicaragua, por supuesto, no son el ejemplo a seguir como tampoco Chile que, si bien quiso dar un giro hacia el socialismo de la mano de Salvador Allende, regresó a una dictadura con Pinochet y nuevamente ahora en ejercicio de la democracia pretende remover a Sebastián Piñera.
En ese orden de ideas, Colombia se muestra dispuesta a explorar un cambio como fórmula de salvación ante los reiterados desaciertos de su clase política y la desesperanza de un pueblo que prefiere arriesgarlo todo porque “ya no tiene mucho que perder”. Y si bien es cierto, nuestro país no es ajeno a la crisis ética en la que se encuentra inmerso el mundo, con un Zar Anticorrupción preso por corrupción y un grave manto de dudas sobre las actuaciones del Ejecutivo, el Legislativo, las Altas Cortes y los Organismos de Control,"… el cambio, sin duda alguna, hay necesidad de hacerlo, pero no puede lograrlo una sola persona sino un equipo, el cual debe evaluarse integralmente y en contexto con su propuesta de gobierno.
Así las cosas, la bandera consiste en una gran convocatoria a la sensatez y a la moral, con mayor razón dado que a estas alturas, el escenario político del 2022 será irremediablemente el mismo del 2018, el uribismo contra el petrismo.
*Exgobernador del Tolima