Una frase recurrente que usamos quienes trabajamos acompañando a otras personas en terapia es “suelta tu pasado”. Esto se dice fácil, rápido, pero en la práctica no lo es. En muchas ocasiones lo único que tenemos es el pasado. La dinámica es similar a los procesos con adicciones, donde muchas personas están atrapadas porque no han encontrado nada diferente a la adicción para llenar sus vacíos; no resulta tan sencillo soltar el cigarrillo, las drogas, el alcohol o el sexo. El pasado es la historia conocida, posiblemente sufrida, que nos permite estar en el lugar en el que nos encontramos hoy. Y no podemos soltar el pasado mientras no le encontremos sentido.
Por lo general, cuando reflexionamos sobre el pasado lo hacemos desde los por qués. ¿Por qué me sucedió esto, justamente a mí? ¿Por qué ocurrió precisamente en ese momento de mi vida? ¿Por qué tuve que vivir eso, que era absolutamente opuesto a lo que quería? Cada quién tiene su propia lista de por qués, algo así como un memorial de agravios que mientras no sea atendido nos mantiene en la victimización. Desde estas preguntas a manera de queja resultará muy difícil encontrar el sentido profundo de lo que ocurrió y nos vamos a devanar los sesos imaginando otros escenarios posibles que nunca ocurrieron: si esto no hubiese pasado, habría hecho esta otra cosa y me hubiera ido maravillosamente. Pero, el modo hubiera es el tiempo perdido del verbo haber.
El sentido de lo que sucedió puede aparecer cuando nos mudamos a la pregunta sobre los para qués. ¿Para qué sucedió esto en mi vida? ¿Para qué me generé esta situación? Por ejemplo, ¿para qué quebré en el negocio que monté? Posibles respuestas son: para enfocarme en lo que realmente sé hacer, que es mi misión y necesito desarrollarla; para aprender sobre administración, pues cometí todos los errores posibles; para adquirir experiencia en la forma de montar empresa. Al descubrir esos para qués e identificar el sentido último de lo sucedido podemos soltar el pasado. Ya no es un lastre, una carga que venimos arrastrando durante años. Nos hemos liberado de emociones como culpa, rabia, dolor, sufrimiento o impotencia y le hemos dado paso a los aprendizajes vitales, que ponen la experiencia vivida en otra perspectiva.
No es posible soltar el pasado mientras no le demos significado. Es el sentido lo que resulta profundamente liberador, lo que en realidad es terapéutico. Llegar al sentido toma tiempo, cada quien va a su ritmo y es preciso respetarlo. Mientras no encontremos el sentido corremos el riesgo de que el pasado nos defina, que nos identifiquemos con lo sucedido y la emoción que lo acompaña; es por ello que podemos seguir sintiéndonos víctimas o victimarios, por un hecho del pasado que aún no ha sido elaborado. El sentido que hallemos es lo que nos permite soltar los rótulos de víctima o victimario. Reconocerlo implica una gran responsabilidad, que a veces no queremos asumir. Si lo hacemos, nos liberamos.