Los seres humanos -todos, sin excepción alguna- somos hermanos: estamos interconectados y en conexión con el Todo. Sin embargo, esto a veces se nos olvida y precisamos recurrir a pretextos para activar nuestra hermandad.
No podemos jamás dejar de pertenecer a nuestra familia de origen, pase lo que pase.
Los lazos de sangre son unos vínculos eternos, pues de la misma manera que no podemos dejar de ser hijos de nuestra mamá y de nuestro papá, tampoco podemos dejar de ser hermanos de nuestros hermanos. Esa estrecha relación la extendemos a los amigos del alma, aquellos hermanos que elegimos tener y que aparecen a lo largo de nuestras vidas en los momentos más inesperados. Hermanos del alma las personas más cercanas, con quienes podemos ser en nuestra totalidad y compartir la vida sin temor a ser excluidos, en una relación tan profunda que supera el tiempo y las distancias y que tiende a no tener condiciones. Los hermanos del alma son maestros, co-aprendientes, cómplices, confidentes, entrenadores, consejeros y guías desde el amor y la firmeza. Estamos bendecidos cuando un amigo nos regaña amorosamente y nos apoya para que volvamos al lugar que nos corresponde.
Nos hermanan múltiples cosas y circunstancias, que pueden ir desde una afición común hasta el encuentro significativo y profundo en la elaboración de un duelo, pasando por un encuentro sincrónico en el que elegimos profundizar o por un amor de pareja que se convirtió en una inmensa compañía mutua, al ir más allá del vínculo romántico.
Probablemente en este momento estás pensando en quiénes son tus hermanas y hermanos del alma, a quienes llevas no solamente en lo profundo de tu corazón sino también en tu pensamiento y en cada célula de tu cuerpo. Esas sororidades y fraternidades profundas también pueden surgir en medio del viaje interior, en las experiencias espirituales compartidas. También estamos hermanados con nuestras mascotas, las montañas, los mares y los ríos, la naturaleza entera.
Hay otra hermandad fundamental entre todos los seres humanos: nos constituye la misma materia cósmica, provenimos de la misma plantilla divina, el Adam Kadmon, imagen y semejanza de Dios. Aunque se nos olvide, nuestra hermandad proviene de Dios. Por ello, la evolución es cooperando, no compitiendo; reconociéndonos mutuamente, no excluyéndonos; abrazándonos, no estigmatizándonos.
Nos constituyen los mismos cuatro elementos básicos: hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y carbono. Todos llevamos en el ADN el Tetragramaton, las cuatro letras del Ha-Shem, el sagrado nombre de Dios. Sí, somos hermanas y hermanos, aunque en apariencia nos separen hechos y circunstancias. Si nos vemos con compasión, ocupamos nuestro lugar y damos a los otros su lugar -en nuestras familias, organizaciones, comunidades- nuestra hermandad saldrá a flote. ¡Sigamos haciéndolo en nuestros entornos cercanos!
@eduardvarmont