Hoy quiero ampliar la mirada con relación a los sueños, porque lo que escuchamos sobre ellos es que debemos perseguirlos y soñar como niños. Sí, es cierto que nuestro niño interior está presente aquí y ahora, y que al contactarnos con él salen a flote los sueños más profundos. Y también es cierto que si a ellos les agregamos nuestros sueños de adultos, que han sido nutridos por las experiencias y los aprendizajes que hemos ido logrando a lo largo de la vida, tendremos una potencia mayor, pues de grandes también podemos vibrar en la frecuencia del amor, porque es precisamente a eso a lo que estamos llamados. Cuando de adultos nos reconectamos con la fuerza del amor -hay personas afortunadas que no perdieron jamás esa conexión- surgen de nuevo el gozo, la plenitud y desde allí los sueños son en realidad anhelos del alma. Eso que soñamos es cada vez más claro, más preciso; entramos en sintonía consciente con lo que vinimos a hacer en la vida, con aquello que firmamos en el contrato sagrado antes de encarnar.
¿Perseguir los sueños? ¿Se imagina qué pasa cuando perseguimos a alguien? Exactamente, ¡va a emplear todas sus energías en no dejarse alcanzar! Lo vemos en las competencias deportivas, cuando en un partido de fútbol el defensa persigue al delantero del equipo contrario para que no meta un gol, cuando en un partido de béisbol se persigue a quien ha bateado para poncharlo o cuando en una carrera atlética los corredores van detrás del líder. Esa es la dinámica de la persecución: quién es perseguido hace todos sus esfuerzos posibles para escabullirse.
Ocurre lo mismo con los sueños, pues al declarar que los perseguimos creamos una inconsciente relación de imposibilidad, con mucho desgaste. Ir detrás de los sueños es una trampa, envuelta en un empaque romántico que suena muy bonito. Construir los sueños es otra cosa, nos pone en un lugar de acción diferente; como el lenguaje es poderoso, ya que es el pensamiento verbalizado para la creación de la realidad, declarar que tenemos la fuerza para edificar nuestros anhelos nos permite focalizar las energías en etapas sucesivas para el logro de nuestras metas. Soltamos la persecución y vamos elaborando paso a paso, con cimientos sólidos.
Cuando de adultos asumimos la construcción de nuestros sueños nos hacemos responsables de la vida. Toda construcción requiere un diseño cuidadoso, una planeación de acciones y un inventario de los recursos que precisamos para hacer el anhelo realidad. Sí, los sueños están lejos de ser castillos en el aire; por el contrario, para que se concreten, se requiere ponerlos en blanco y negro, convertirlos en proyectos. Lo más probable es que en el proceso surjan obstáculos, que sintamos por momentos que se nos agotan las fuerzas, que las cosas no salgan exactamente como lo hemos planeado. Es allí cuando requerimos flexibilidad, evaluar opciones, tomar decisiones y asumir riesgos. Soñar despierto es ponernos en acción para construir nuestros proyectos. Necesitamos estar muy despiertos, conscientes, para hacerlo.
*Ph.D en Educación con especialidad en Biopedagogía