El país está enfermo; no hay duda. La susceptibilidad, la irritabilidad y la soberbia de su gente son conductas generalizadas y frecuentes.
Los ciudadanos andan prevenidos y no aceptan opinión distinta a la suya, mientras la intranquilidad y la incertidumbre invaden la conciencia colectiva.
Se ha generalizado la agresividad por cualquier motivo, como una forma irracional de expresarse.
La provocación y la intolerancia actúan como detonantes de la violencia verbal y física.
De ahí que la política ejercida a base de incitar a la gente contra quienes piensen diferente, es una de los motivos más comunes; a lo cual se suma la posible participación de los medios de comunicación como caja de resonancia sobre la base de sus propios intereses.
Juan Gossaín en alguna ocasión, acerca de la manipulación de la información, dijo que se trata de "un manejo asqueroso de la prensa”.
El periodismo no puede cometer el gravísimo error de ayudar a incendiar el país con sus comentarios polarizados y sin medir las consecuencias, algunas veces hasta utilizando la difamación; dicen algunos de los afectados: "se disfraza
se miente, se oculta, y se manipula", siendo que se debe velar por la transparencia, la objetividad y la veracidad de la noticia, sin más rodeos.
Periodistas que a duras penas conocen un poco del tema y se atribuyen irresponsablemente la facultad de sentar cátedra o fijar posiciones sobre lo divino y lo humano, sin tener en cuenta que auspiciar violencia genera más violencia.
Los jefes políticos, por su parte, mucha culpa tienen también con su egocentrismo, vanidad y obstinación; además de señalar y hostigar a sus opositores para conseguir popularidad y sentirse importantes y poderosos.
Odios entre sí que se extienden a todos sus seguidores.
La propuesta es construir en medio del debate, pensando en el bien común.
Un tuitero denominado @memoanjel, sugería como ejercicio de autorreflexión, organizar "una marcha contra nosotros mismos, a ver si cambiamos".
Lógico planteamiento si tenemos en cuenta que se promueven movilizaciones para juzgar y condenar lo que no nos gusta, pero olvidamos calificar nuestra propia conducta y buscamos la manera de justificarla, no por lo que en realidad se siente o piensa.
El país padece de la peor de las barbaries, la agresividad de su gente en la calle, en la familia y en el trabajo, con sus insultos, maltrato y abuso.
Fue así, como en abierta contradicción con el propósito, mientras el país se movilizó por la paz, no dejó de haber expresiones violentas entre quienes participaron.
Disentir es un derecho consagrado en nuestra Constitución Nacional, pero sin agredir; y es ahí donde hay que hacer valer las bondades de la Democracia Participativa contemplada en la Reforma a la Carta en 1991.
El Estado de Derecho existe cuando aplica las leyes y acuerdos pre-existentes.
Lo demás es altanería, vandalismo, falta de civilidad.
No es democracia sino populismo, manipulación y demagogia; ¡susceptibilidad y violencia...!