Conversar con la contraparte política es tiempo perdido. Es tal la superficialidad de sus argumentos y su afán por discutir y bravear sin fundamento, que sus adjetivos desobligantes y sus expresiones clasistas y humillativas solo tienen el ánimo de ofender, incomodar y no corresponden a un análisis sensato y con argumentos.
A eso ha llegado la interlocución con aquellos colombianos sugestionados por la mala prensa y persuadidos entre sí por sus juicios viscerales irresponsables, terminado por enrarecer la opinión pública en general. Y mientras cada quien se va volviendo parte de ese polarizado escenario, la mayoría de manera equivocada y mal informada, el país va avanzando entre mentiras y verdades a medias, en un clima de confusión y falta de pedagogía.
En el Congreso se pactan coaliciones aparentemente ideológicas, asunto que requiere más claridad. El Progresismo, por ejemplo, dice literalmente “defender y buscar el desarrollo y el progreso de la sociedad en todos los ámbitos y especialmente en el político-social.” Y el castrochavismo, término que Álvaro Uribe Vélez y sus seguidores utilizan para promover sus candidatos e influenciar en el electorado colombiano, “se ha caracterizado por una oposición a la política exterior de los Estados Unidos, buscando construir alianzas entre países de América Latina y del Caribe, así como con países de otras latitudes opuestos a los intereses estadounidenses”, que no es exactamente el caso Petro, pues sus buenas relaciones con el país del norte y específicamente con el presidente Biden indican lo contrario.
Bajo esas premisas y la diversa gama de pensamientos y comportamientos surgidos de la combinación de las dos posiciones anteriores, además de los lineamientos de liberales y conservadores, difícilmente el país podrá ponerse de acuerdo para definir su rumbo, quedando sujeto al resultado de unas votaciones viciadas por el engaño y la falta de claridad. Ya se aproximan nuevas elecciones, en octubre, y las opiniones ya se encuentran polarizadas, como siempre en función de sus propios intereses, no de la colectividad. En ese mundillo “todo es negociable”. Entonces, ¿se trata de una mafia clasista unida?, ¿Se trabaja bajo las reformas neoliberales impuestas hace décadas? O simplemente quieren asegurarse de que las denuncias por corrupción continúen prescribiendo, mientras el pueblo clama justicia.
La confianza en la democracia y sus instituciones lamentablemente se ha ido al piso. Ese pulso de poderes que hemos presenciado en los últimos meses, igual que las discusiones en los corrillos callejeros, en las cafeterías y tertulias, ocasiona un gran desgaste, a la vez de ir cocinándose un caldo de cultivo de odios, rencores y desesperanza. Sin embargo, Colombia se mueve en la dirección correcta, dijo el premio nobel de Economía, Joseph Stiglitz, refiriéndose a las medidas adoptadas por el presidente Petro, pero a la oposición “inteligente”, que se cree más inteligente que Stiglitz, le cuesta trabajo asimilarlo. Y así, por mucho que el gobierno procure resolver los problemas de una amplia mayoría social, necesita una también de una mayoría política real y confiable, que no la tiene en el Congreso de la República. En octubre, por lo menos, ¡se miden fuerzas!
*Exgobernador del Tolima