El Consistorio de hace pocos días contempla, implícitamente, la posibilidad de que la Iglesia tenga tres papas al mismo tiempo.
La visita de los nuevos purpurados a Castengaldolfo supuso semejante escenario: uno de ellos, guiados por Francisco para saludar a Benedicto, podría ser el nuevo papa.
En otras palabras, Francisco podrá vivir mucho más, pero sus fuerzas podrían flaquear muy pronto, así que bien podría darse otra abdicación, y un nuevo prelado llegaría a San Pedro.
Un pontífice cada diez años, podría decirse.
Lo cierto es que la retórica reformista de Francisco ha creado una atmósfera mediática de cambio que, en realidad, no ha alterado la doctrina pero ha creado una cierta convulsión interna que estimula cada día más la sana reflexión sobre la sucesión.
Los conformistas podrán decir que la Iglesia no se maneja con el poder como referente, pero ninguna monarquía, aún puesta al servicio de Dios, puede abstraerse de las pugnas por el control y la gobernanza.
En consecuencia, surgen siempre dos preguntas que animan el debate entre conservadurismo y reformismo.
La primera podría ser, ¿a quién preferiría el propio papa como sucesor?
En tiempos recientes, es probable que Wojtyla haya estado todo el tiempo del lado de su principal escudero e ideólogo.
A su vez, Ratzinger pudo haber pensado que si Bergoglio le facilitó la elección en el 2005, lo natural era pensar en él como reemplazo ocho años más tarde.
Por tanto, ¿en quién podría estar pensando Francisco hoy?
La segunda pregunta, en cambio, remite al colectivo, es decir, ¿en quién podría estar pensando los cardenales electores?
Al mirarse unos a otros, ¿quiénes sobresalen, y por qué?
Precisando aún más, ¿el bloque de 22 cardenales italianos podría ponerse de acuerdo en promover, por ejemplo, a Parolin, Bertello, o Scola?
¿Acaso prescindirían de Scola porque su edad ya es muy avanzada (79), o lo harían porque están irremediablemente divididos entre sí?
¿Podría decirse lo mismo de los 16 españoles en torno a Omella, o de los estadounidenses en torno a Gómez (el latino), Gregory (el afrodescendiente), u O’Malley (el típico irlandés)?
¿Y qué decir de los latinoamericanos? ¿Qué tanto consenso generan Madariaga (Honduras) tan cercano como es a Bergoglio, o Scherer (el de la populosa iglesia brasilera)?
Con todo, bien podría formularse una tercera pregunta que, en el fondo, sería la más interesante.
¿A quién preferirían como papa los católicos comunes y corrientes hoy, en caso de que pudiesen decidir?
¿Qué tan lejos o tan cerca de sus autoridades se siente la base de la Iglesia y qué tan autorreferencial ha dejado de ser ella?
En resumen, ¿si usted, como católico, pudiese votar por el conductor de su Iglesia, a quién preferiría: a Sarah, Blázquez, Cipriani, Tagle, Aós, Pell, Gracias, Porras, Ambongo, Bassetti, Zenari, Ladaria o Marx?