A ojo de buen cubero y desde ya hace muchos meses, y particularmente en este último año pasado y en los balbuceos del entrante, venimos a salir a un apocalipsis climatológico por semana. Eso tirando por debajo. Pues bien pueden ser hasta dos y contradictorios. No hay día en que no nos adviertan que vamos morir fritos, de una ventolera, congelados tiesos, resequitos o inundados. Y subyaciendo en todas las admoniciones se percibe allí al fondo una voz acusadora que nos dice: "Y la culpa es vuestra, por malos".
Los contadores del tiempo de las teles se han convertido en los nuevos profetas de la catástrofe que ríete tú de Moisés, Elías y Jeremías y las sacerdotisas de Apolo. Para el duro estiaje, que lo ha sido, solo les faltaba el ilustrar los mapas de rojo-rojísimo con unos diablos danzando entre calderas, y ahora que dicen que va a nevar lo anuncian con no sé qué ruptura del vórtice polar que a las gentes les suena a que mañana va a haber que empezar a construir iglús en vez de adosados por la sierra.
No soy yo un negacionista de los peligros y males que la contaminación está ocasionando a la Tierra, pero es que ya empieza a rascar la monserga y sobre todo, y en este caso, una exageración desmedida y en plan espectáculo de pista de circo. Que esa es otra. El aspaviento, los saltos, contorsiones y declamaciones de ¡lo nunca visto!, por parte y como obligado aderezo de los presentadores son ya la pauta cotidiana con la que nos desayunamos, comemos y cenamos. Vamos, que me parece que se están pasando.
Han cogido la pauta de los anuncios publicitarios, donde ya saben que ahora no solo compramos una lavadora, un coche, un tomate o unas zapatillas de cierta marca, sino que es imprescindible martillearnos las meninges con que al hacerlo salvamos el planeta. Y si no lo hacemos, nos lo cargamos, claro. Pues lo mismo, pero con las previsiones climatológicas donde ahora nos venden doctrina.
Uno echa en falta, en esto como en casi todo, lo que era antes aquello de informarnos, que ahora tienen muchos más instrumentos para poder hacerlo mejor, de si iba a hacer sol, llover, nevar y cómo van a andar los fríos y los calores. Y le sobra toda esta impostación, teorina, moralina y bautizos con nombres, y hasta apodos, de las tormentas que supongo no tardarán también en aplicar a los anticiclones. Además, ya las cosas no se llaman como las hemos llamado siempre, sino que hay Danas, Ciclogénesis y lo que vienen sobre nosotros ya no son nubes sino trenes y convoyes de cataclismos. Al personal normalito, desde luego, es algo que acojona mucho. Aunque tras una sobre otra e in crescendo hasta el paroxismo, la cosa puede acabar en aquel cuento del pastor que se pasaba el día gritando que venía el lobo y cuando vino no le hicieron caso.
Vamos, que quizás fuera mejor volver a recuperar un poco de mesura y dejarse de apocalipsis y previsiones de un nuevo hundimiento de la Atlántida, y que nos cuenten algo más calmados si cogemos el paraguas o podemos salir en manga corta.
Pero lo escribo a sabiendas de que la batalla está perdida. Que la tele es espectáculo y el tiempo no se iba a salvar, con las posibilidades que tiene, de entrar en el plato del Gran Hermano.