El mejor acuerdo posible no era, definitivamente, ni el más completo para el Gobierno, ni al que se le invirtieron mayores tiempo y esfuerzos, por meritorio que ello sea, y menos, aquel que satisfacía las exigencias de una de las partes bajo de la amenaza del retorno a la violencia. El mejor acuerdo no era el que las Farc estaban dispuestas a aceptar bajo sus condiciones.
El mejor acuerdo posible, aunque suene a Perogrullo, es aquel con el que todos o, cuando menos, una verdadera mayoría esté de acuerdo, pues la unanimidad es una utopía. En los segundos de esa intimidad de cartón de nuestras urnas, casi literalmente, la mitad más uno del pueblo que siempre vota, entendió que no lo estaba haciendo por la paz o la guerra, pues no se puede afirmar que 6.431.376 colombianos son partidarios de una patria desangrada y violenta, o que fueron engañados por caudillos con mezquinos intereses.
No. Esos más de seis millones de colombianos entendieron que votaban por los términos de un documento negociado entre el Gobierno y las Farc, con los cuales estaban parcial o totalmente en desacuerdo, y el peso de ese desacuerdo en un paquete que nos vendieron amarrado, los llevó a votar por el No; de la misma manera que muchos partidarios del Sí tampoco compartían totalmente el documento, pero su percepción sobre los riesgos de sus propias diferencias les permitió votar por el Sí.
Pero si de lograr un mejor acuerdo se trata, los que pretenden apropiarse de la paz deberían asumir un tono consecuente, que no el agresivo que sentimos en los medios, con honrosas excepciones. Gabriel Silva, al tiempo que expresaba sus deseos fervientes para que se acaben las rencillas, calificaba la campaña del No como “pedagogía de la mentira” –la del Sí no lo era, por supuesto- y al expresidente Uribe de vociferante, desorbitado, incoherente y pelafustán. Mientras Santos anunciaba su voluntad de encuentro y Uribe aceptaba la convocatoria para mejorar el acuerdo, Silva inventaba que “Ya anunciaron una batalla sin fin contra los acuerdos. Se van a dedicar a meterle palos en la rueda a la paz y atravesarse como mula muerta”.
Al día siguiente, Fernando Quiroz calificaba de borregos a esa mayoría que “se dejó guiar por líderes que actuaron con arrogancia, mezquindad y profundo egoísmo”; y Cristian Valencia tachaba su decisión de “ignorancia”; a la campaña del No de “información basura” y a sus líderes de mentirosos, al tiempo que caía en la retórica fariana de que detrás del No estaban unos pocos que “son dueños de toda la tierra”. ¡No hay derecho! No hay tal vergüenza ni “quedamos como un zapato” ante el mundo, como sugería Matador en su caricatura. Por el contrario, el resultado del plebiscito dignificó nuestra democracia y como tal estamos siendo respetados.
Un mejor acuerdo es posible y ya se están recibiendo aportes constructivos, como los del Vicepresidente, por ejemplo, quien manifestó que “Esa jurisdicción especial debería ser distinta, limitada en el tiempo, sin la posibilidad de sustituir totalmente a la justicia ordinaria”. Un mejor acuerdo es posible a partir de otro necesario, uno político en el sentido enaltecedor de la palabra, para encontrar un común denominador que no tenga en cuenta solamente lo que las Farc estaban dispuestas a aceptar bajo sus condiciones, sino lo que el país soberano está dispuesto a aceptar dentro del Estado de Derecho que nos rige.
Nota bene. Felicitaciones al presidente Santos por el Nobel; algo que debe comprometer a todos los colombianos para la construcción de ese mejor acuerdo.
@jflafaurie