No es incompatible disfrutar del Mundial de Fútbol y denunciar la inmoralidad del régimen teocéntrico del país organizador. De hecho, es lo que va a ocurrir como consecuencia del masivo desembarco de periodistas occidentales en un país que reza cinco veces al día mientras viola los derechos humanos en nombre de Dios.
Dice el emir de Qatar que el futbol permitirá a la gente pone a un lado "lo que nos divide". Un mensaje que luego repicarían el presidente de la Fifa y el actor estadounidense, Morgan Friedman, durante la inauguración del Mundial. Vale. Pero con una precisión: la gente no puede, no debe, aparcar lo que nos divide si lo que nos divide es la causa universal, permanente e innegociable de los derechos humanos. Al contrario, ha de denunciarse para eliminarlo como causante de la división.
Por su parte, el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, denunció además la pretensión europea de aleccionar a otros en cuestiones de respeto a la dignidad humana cuando tiene tanto que callar. La diferencia es que, en Europa, y en los países democráticos, no se callan las violaciones de los principios morales, ni siquiera cuando se está disfrutando del fútbol nacional o internacional.
No miremos hacia otro lado ante lo que nos divide en la valla de Melilla o el muro de Méjico, pero tampoco en Qatar, donde por mandato divino se persigue la homosexualidad, se encarcela a las mujeres bajo un velo represivo y se trata a los inmigrantes como seres desechables.
Estamos ante una magna operación de relaciones públicas orientada a blanquear la imagen de un Estado medieval pendiente de actualización. O sea, política de puertas abiertas en uno de los países más ricos del mundo, gracias a sus reservas petrolíferas.
Quiero decir que, en contra de quienes reclaman el boicot, sostengo que abrir por dentro las puertas del régimen catarí puede ser un boomerang para los organizadores con efectos beneficiosos para quienes denunciamos las violaciones de los derechos humanos que se producen en el país. Un mundial de doble filo
En ese sentido, me parece más útil la posición del actor Morgan Friedman ("Lo que nos une es más importante que lo que nos divide", dijo ) que la de Shakira y otros artistas que se negaron a participar en la ceremonia inaugural.
Así que Qatar puede estar haciendo un mal negocio respecto al propósito de hacerse visible en el campo de las relaciones internacionales. Es el peaje de su exposición al mundo.
Bastará con que los cientos de enviados especiales de los países democráticos cuenten lo que ven, dentro y fuera de los estadios. Y en este punto hemos de prevenirnos de quienes apuestan por ceñirse exclusivamente a la competición futbolística y pasar por lo demás como el gato por las ascuas.