Esta Semana Santa démonos la oportunidad de tener unos días alejados de Petro, de sus mentiras, su incandescente odio, sus esfuerzos por enfrentar a colombianos contra colombianos, por el color de la piel, el origen, el dinero, la educación, o cualquier cosa que sirva para dividirnos.
Estas vacaciones vámonos a algún lugar bien lejano, donde no entren las redes sociales, ni los medios, y podamos escapar, aun cuando sea por unas horas, de los discursos de este mitómano, sus áulicos, su desgobierno. Recuperemos la paz del alma, disfrutemos de nuestra tierra, una de las más bellas del mundo, hoy tan maltrecha, pero siempre tan hermosa.
Siendo este el año del aniversario de los cien años de La Vorágine, de José Eustasio Rivera, podría ser ideal ir a los lugares donde esta apasionante obra se desarrolla. Navegar el Meta, el Orinoco, el Vichada; disfrutar los amaneceres y atardeceres más gloriosos, las bandadas de garzas, los chigüiros, el extravagante canto de ranas y sapos llaneros, los venados, murciélagos y anfibios de lagos y humedales, del verdor de las inmensas praderas y, quizá, presenciar un “coleo” y oír tiple y arpa llanera, mientras se cocina una humeante ternera; o contemplar la selva amazónica, desde una hamaca, en un resguardo indígena.
Podemos ir a Boyacá. Atravesar la cordillera bordada de toda clase de sembrados y comer delicias de toda especie, hasta en las tiendas más pequeñas. Volémonos a Chiquinquirá a poner en manos de la Virgen nuestra Patria. Visitemos a Ráquira para comprar chorotes y a Novita para comprar ruanas y cobijas. Sigamos el camino del Ejército Libertador y, en el Pantano de Vargas, oigamos, en el viento, el grito “Paso de Vencedores”, de los soldados llaneros. Vivamos nuestra historia en Villa de Leyva y, luego, en un par de horas, sumerjámonos en los termales de Paipa o vayamos a navegar el lago de Tota. Boyacá, es inagotable, “su mercé”.
Al norte, los Santanderes; Barichara, San Gil, el parque del Gallineral y sus robustos árboles, el magnífico Cañón del Chicamocha y Bucaramanga, “la ciudad de los parques”, para comer hormigas culonas, mute, pepitoria y tomar café artesanal en Mesa de los Santos.
O vámonos al Caribe, a San Basilio de Palenque, a encontrarnos con la cultura cimarrona y, cómo no ir a Cartagena, Barranquilla, Santamarta o Riohacha a ver dónde descubrimos la mejor arepa de huevo y el mejor arroz con coco, cuál es la plaza más sombreada para saborear un raspao de fruta y gozar con la alegría del acento caribeño.
Y, qué tal escalar la Sierra Madre y, en una llanta de caucho, dejarnos llevar por la corriente del Palomino hasta que nos deposite en la playa, entre palmeras y remolinos; o remontar el Magdalena hasta Mompox disfrutando los playones del río hasta llegar a esta joya colonial a comprar queso momposino, para comerlo por tiritas, mientras oteamos sus magníficas iglesias, el cementerio, y sus joyerías repletas de aretes y collares de filigrana.
Ni qué decir de Antioquia, Medellín, siempre florecida, y sus cordiales pueblos campesinos; la zona cafetera, el Valle, Cauca y Nariño, el Pacífico, y el canto de las Yubartas; el Huila, el desierto de la Tatacoa y el Tolima.
No nos dejemos quitar el placer de vivir en nuestra hermosa Colombia. Felices Vacaciones ¡sin Petro!