El arquetipo del héroe nos habla de la valentía, el arrojo necesario para emprender acciones transformadoras de vida. Aparece en todas las civilizaciones y por ende hace parte de nuestra historia común de humanidad. Desde que somos pequeños nos cuentan historias de héroes y heroínas, ejemplos de personajes con ese valor requerido para darle la vuelta a una situación problemática a fin de dar resultados fabulosos: liberar un territorio, conquistar otro, hacer gestas épicas por un pueblo. Es posible que no nos hayan dicho que nosotros podemos ser las heroínas y héroes de nuestras propias vidas, pues las culturas en las cuales vivimos están más acostumbradas a mirar hacia afuera que hacia adentro. Así, resulta apenas natural que la valentía la ejerzamos más para acciones externas que para nuestro mundo interior, como cuando defendemos a otros o nos unimos para exigir nuestros derechos.
Tales manifestaciones de valentía son importantes; sin embargo, necesitamos ser valientes hacia adentro, ser nuestros héroes y heroínas para nosotros mismos. No es tan sencillo ver los monstruos internos, pues se requiere el valor para auto-observarse y adentrarse en ese universo interior que muchas veces se nos antoja impenetrable. Es más sencillo ver las monstruosidades externas y actuar. Por eso podemos ser vehementes en decir que los otros son desalmados, idiotas, estúpidos y todo tipo de epítetos que pueden salir de nuestras bocas cuando sentimos indignación por las sombras del otro. Mucho más difícil es mirarnos ante el espejo y reconocer nuestras propias sombras. Para ello se necesita ser valiente, bastante, pues en este mundo en el que todos somos aprendientes no hay santos ni ángeles. Todos somos humanos, unos con sobras grandes, otros con pequeñas.
Tenemos muchos monstruos interiores: el miedo paralizador, la culpa que nos arrincona; la vanidad engrandecedora y el autoengaño que nos traiciona; la ira, cruel veneno y el perfeccionismo que no nos deja disfrutar de este mundo imperfecto. La venganza cegadora, que nos hace creer mejores que quien se equivoca y nos impele a tomar justicia por propia mano, como si fuésemos sus castigadores. El orgullo, como locura de no necesitar nada de nadie y pretender que nos adivinen en nombre del amor. La envidia, lugar de insatisfacción y constante comparación con aquellos que tienen más. La gula, insaciabilidad de amor, comida, bebida sexo… La avaricia, impedimento a darnos como somos y con lo que tenemos, por el miedo de quedarnos sin nada. La pereza psicológica, que nos mantiene alejados de nosotros mismos. Necesitamos ser valientes para enfrentar estos monstruos. Son más grandes, en verdad, que todos los que vemos afuera.