Uno de los temas que pocas veces abordamos los mayores, quizás por falta de tiempo y por el ritmo intenso y agobiante del trabajo, dejando de lado lo más importante misión de una familia como es conocer y moldear adecuadamente la forma de pensar de nuestros hijos.
Así fue como nos prepararon nuestros padres para afrontar las distintas circunstancias de la vida.
Pero ahora nos toma por sorpresa la validez o no de nuestros puntos de vista ante una realidad cambiante y cada vez más compleja y extraña.
El desarrollo tecnológico y la política han cambiado las costumbres volviéndolas una realidad globalizada y materialista, cada vez menos espiritual, en la que se pregonan más los derechos que los deberes y donde todo se vale. Realidad que es su propio hábitat, cada vez más competido e incierto, y sobre él se construye el futuro de cuando nosotros no existamos.
El gran reto es saber hacia a dónde va el mundo y con él los jóvenes de ahora, expuestos a la internet día y noche, valiéndose de opiniones foráneas diversas, buenas, malas y muy malas, sin censura ni control, al igual que una barcaza en la inmensidad del océano conducida por un inexperto y sujeta inmisericordemente a la reciedad de la tormenta, a la furia de las olas y a la profundidad de las aguas.
Es una maraña de conceptos, definiciones, realidades y alternativas cada vez más complejas y desconocidas, en un escenario en el que solo ellos se compenetran para decidir por sí mismos, cada vez más lejos de nuestras manos.
Entre tanto, la ineludible responsabilidad de padres continúa mientras existamos y nadie podrá arrebatarnos el derecho a procurar para ellos lo mejor; a verlos bien y a ayudarles en la adversidad, con la desventaja de no formar parte de esa realidad tan distinta a aquella en la que nos formamos.
La sabiduría de los padres, otrora el faro que les orientara, se ha ido reemplazando por la información de las redes sociales y el acceso a otras fuentes indiscriminadas del pensamiento.
Solo nos queda ofrecerles las bases morales y los valores que poseemos, como plataforma para mitigar los riesgos que les deparan otras formas de pensar.
Además de la Fe y al respeto por lo divino, como sello de garantía para saber sobrellevar sus dificultades.
Tema este último, lo divino, sujeto a la interferencia de diferentes creencias y conceptos emitidos por quienes pontifican y creen ser portadores incontrovertibles de la verdad revelada, con planteamientos muchos de ellos producto de frustraciones a los que tiene acceso la juventud y que la llevan a dudar y fácilmente a asumir conductas equivocadas.
Los jóvenes ya no creen en Dios, como sucedió en las generaciones pasadas, tanto así que ahora ser ateo es la moda, como una forma de expresar su rebeldía.
Para los jóvenes actuales no existen dogmas, solo es válida y sustentable la comprobación material y científica del conocimiento humano.
Exigen explicaciones objetivas o hechos que lo demuestren.
Ver para creer, al estilo de Santo Tomás, es la dimensión en el que ellos actúan, mientras la lucha por la vida será la que les lleve a cambiar de parecer y a entender que todo lo que nos rodea es la expresión más real y palpable de lo sobrenatural.
Y que Dios se necesita y se siente, siendo esa la forma más clara de probar su existencia.