Cima y sima
Hace casi 20 años el presidente de EE.UU., Bill Clinton, se inventó en Miami la Cumbre de las Américas.
Convocada periódicamente, la Cumbre se ha convertido en el foro para ventilar los grandes problemas del hemisferio y Colombia fue escogida para organizar la de este año en Cartagena, a mediados de abril.
Con 34 jefes de Estado allí presentes, centenares de periodistas, ONG, jóvenes empresarios, indígenas y hasta una cumbre paralela de dirigentes gremiales en diálogo con los delegados de los gobiernos, esta era la vitrina perfecta para que la Cancillería de San Carlos le mostrara al mundo el nuevo perfil internacional de Colombia basado en la distensión y el liderazgo.
Pero, como por arte de magia, los nuevos mejores amigos de Colombia reunidos en el XI encuentro de la Alianza Bolivariana en Caracas, liderados por Hugo Chávez y la Familia Castro, resolvieron sabotear el espectáculo.
A sabiendas de que Cuba no hace parte de la OEA, de que nunca ha sido invitada a las cumbres y de que no ha querido reingresar a la Organización a pesar de que hace dos años y medio se le invitó a que lo hiciera, los gobiernos del movimiento bolivariano continental sentenciaron que si Cuba no era invitada, ninguno de ellos acudiría a Cartagena.
Poniendo entonces a Colombia ya no en la cima sino en la sima de la diplomacia, los países del ALBA no sintieron rubor alguno al torpedear los planes del presidente Santos con tal de materializar su proyecto estratégico de fracturar a la OEA y reemplazarla por la ya fundada Comunidad de Estados Latinoamericanos, Celac, que tendrá a un cubano como Secretario General y que pretende dejar a la Casa Blanca en la misma situación en que hoy se encuentra la Isla: “huérfana, marginada y señalada”.
Aunque los esfuerzos de la Cancillera rindiesen frutos y finalmente los países del ALBA terminaran asistiendo a Cartagena para tomarse la foto de familia, el mal ya está causado y el proyecto estratégico del movimiento bolivariano no solo queda claro sino que es irreversible.
Con un venezolano controlando en pocos meses la Unasur y con el servicio exterior cubano al mando de la Celac, la OEA no será más que una especie de elegante club venido a menos.
Y como tonto es aquel que cuando le señalan a la Luna mira el dedo, lo peor que podría pasarnos es que siguiéramos pensando que los países del Socialismo del Siglo XXI son nuestros socios estratégicos, dignos de toda confianza.
La Alianza Bolivariana tiene un rumbo, una ruta, tiene un norte. Y ese norte no tiene nada que ver con Estados Unidos. Ni con Cartagena.