JMJ
“Decididos también a propagar el mensaje de Cristo”
MADRID es una fiesta. Gobernada por Alberto Ruiz Gallardón, el mejor alcalde que haya tenido desde los tiempos de Tierno Galván, la capital del Reino no cabe de la dicha porque está llegando el Papa a vivir a plenitud las Jornadas con los jóvenes de todo el mundo.
Un millón de muchachos han llegado a las orillas del Manzanares para reforzar los pilares de la Iglesia. Apiñados en albergues, monasterios y parroquias, todos estos auténticos legionarios de Cristo tienen la misión de propagar el mensaje en medio de las mezquindades y banalidades que pululan a su alrededor.
Empezando, claro está, por las excentricidades de los llamados ‘indignados’ que, ladrándole a la Luna, se ven a sí mismos como los legítimos voceros de la humanidad en busca de un mundo mejor, más justo y solidario.
Como se los recordara hace poco su mentor Stéphane Hessel, no basta con indignarse. También hay que comprometerse. Y comprometerse no significa convertir las ciudades en muladares, impedirle al ciudadano su movilidad, entorpecer el comercio en tiempos de crisis, o agredir indiscriminadamente a los demás so pretexto de que se trata simplemente de actos simbólicos, como si la violencia tan solo se ejerciera física y directamente.
Para decirlo en otros términos, los miles de jóvenes católicos que han llegado a Madrid no están indignados, no solo están comprometidos, y no viven de ilusiones.
Por el contrario, todos ellos están decididos. Firmemente decididos a reconstruir su Iglesia después de los gravísimos escollos que tuvo que sortear Su Santidad, rodeado como estaba de unos cuantos obispos y sacerdotes transgresores, complacientes y contemporizadores con las conductas desviadas.
Decididos también a propagar el mensaje de Cristo en cada uno de sus actos, en la toma de decisiones, en la vida laboral, en la vida familiar, rechazando la violencia lúdica y hedonista.
Y por último, decididos a impulsar nuevos estilos de liderazgo constructivo y transformador, inspirado siempre en una autoridad superior y en la palabra salvadora.
Porque cuando alguien ha vivido una Jornada Mundial de la Juventud, su visión del mundo cambia, necesariamente.
A partir de ese momento, el cristiano se fortalece en la entrega a los demás, se exige el doble en el desempeño cotidiano, y se traza la tarea de dar ejemplo en una sociedad que reclama, en medio del caos, lo correcto, lo íntegro y lo verdaderamente inspirador.