VICENTE TORRIJOS R | El Nuevo Siglo
Lunes, 14 de Noviembre de 2011

Después de tanta euforia

 

Once  días después de la muerte de Cano, pasada ya la euforia mediática, las fichas en el tablero vuelven a verse con mayor claridad.

Sin duda, cada golpe contra la cúpula subversiva tiene particular trascendencia político-militar, pero a medida que se van produciendo hay un interrogante que no sólo se vuelve recurrente (inquietante) sino también más profundo: ¿por qué las Farc no son derrotadas?

Operaciones como Jaque, Fénix y Sodoma le dieron en su momento bastante oxígeno político a cada Gobierno, pero, paradójicamente, cada golpe incrementó entre la población las expectativas de una rápida victoria, de tal modo que se ha ido haciendo necesario más y más oxígeno para mantener los niveles mínimos de aceptación, al tiempo que la frecuencia con la que se requiere semejante oxigenación es cada vez mayor, llegando, progresivamente, a una especie de “dependencia” estratégica de los “objetivos de alto valor”.

Dicho de otro modo, lo importante en la guerra contra insurgente y contra terrorista no es tanto el valor que se le atribuye a cada resultado como el delicado balance entre la contundencia del golpe propinado y la habilidad del adversario para absorberlo en un clima de opinión y percepciones que tiene naturaleza cambiante.

En tal sentido, las Farc han dado pruebas de una formidable 'resiliencia estratégica', o sea, una capacidad de digerir las adversidades y convertirlas en motores de lucha, invirtiendo así la lógica simplista (ni siquiera triunfalista) que suele usar políticamente el Estado para engalanar los éxitos obtenidos en combate.

Porque si bien es cierto que hay caudillismo y caciquismo en las organizaciones subversivas, eso no significa que el mesianismo o el liderazgo carismático sean el factor que explica la facultad que tienen las Farc no tanto para adaptarse (al vaivén impuesto por su contraparte) sino, más bien, para reinventarse y reconfigurar la lucha revolucionaria muy lejos ya de las categorías maoístas de la guerra prolongada acercándose cada vez más al eclecticismo propio de las 'amenazas simbióticas'.

De tal manera, la baja que para el Estado es un triunfo de dimensión extraordinaria que anticipa la derrota definitiva del otro, para el subversivo es un ejemplo a seguir, una memoria que ha de ser honrada y un modelo de conducta que justifica en sí mismo cualquier sacrificio y, por ende, la negación explícita del derrotismo y, con mayor razón, del entreguismo (rendición, o dejación y entrega de las armas).

La resiliencia estratégica, por tanto, lleva a las Farc no sólo a persistir como un híbrido en la guerra irregular sino a refinar las metodologías de combinación de formas de lucha, robustecer las redes sociales y diplomáticas, perfeccionar la noción de guerra de desgaste y depurar el tejido que liga a sus estructuras armadas y no armadas tanto dentro como fuera del país.

Es por eso que no sólo se les facilita la sucesión en el mando y la rotación de una capa dirigente cada vez más sólida y cruel tanto militar como intelectualmente -de la que por ahora nadie sabe ni siquiera nombres-, sino también la dosificación del terror y la parálisis que esa dosificación ocasiona entre algunos sectores de la clase política.

Sectores que, desesperados al no poder responder a la pregunta “¿si tenemos tantos éxitos por qué no podemos derrotarlos?”, se dedican entonces a complacer a los terroristas premiándolos por sus crímenes y prometiéndoles en medio de la guerra el paraíso: cesación de la acción penal, alternatividad penal, o mantenimiento intacto de sus derechos políticos.

¿Cuál será entonces la próxima baja que tendremos que celebrar?