Abuso presidencial
Como si se hubiesen propuesto a mantener el error por norma de conducta, Cancillería y Presidencia se obstinan en seguir de fiasco en fiasco y descalabro en descalabro.
El último eslabón de esta cadena de desaciertos lo constituye el manejo del caso paraguayo que pilló al presidente Santos en la Cumbre ambiental de Río y lo llevó, en medio de sus ya frecuentes arranques de euforia reeleccionista, a anunciar públicamente que los cancilleres de Unasur se trasladarían en bloque para garantizar la democracia en Asunción.
Luego, a su llegada a Bogotá, el Presidente calificó la destitución del exobispo Fernando Lugo como “un abuso”, sin siquiera ser consciente de que el único abuso que se estaba cometiendo era el suyo.
Como si tales desmanes no fuesen suficientes, Santos se atrevió poco después a indicar que las elecciones en ese país, previstas para abril del año entrante, deberían anticiparse, incurriendo así en un clásico ejemplo de intervencionismo en asuntos internos.
Por supuesto, todas esas brillantes ocurrencias del Jefe del Estado y su obsecuente Canciller resultaron rechazadas, irrelevantes y fuera de lugar.
La visita de los cancilleres, frenéticamente impulsada por el nuevo secretario de Unasur, el ultrachavista Alí Rodríguez, se estrelló en Asunción frontalmente con lo que ya se sabía: que la destitución podía ser interpretada como un acto de oportunismo político pero nunca como un golpe de Estado, que la Constitución se respetó cabalmente y que el propio Lugo aceptó su destitución en medio de un clima de cordialidad y mesura que no coincidía para nada con la voracidad intervencionista de los forasteros.
De hecho, el 95 por ciento del Congreso estuvo en contra del exobispo, la Corte Suprema rechazó el recurso de inconstitucionalidad, y el Tribunal Supremo Electoral descartó de un solo tajo la irrespetuosa sugerencia del Presidente colombiano.
Finalmente, en la sesión extraordinaria del Consejo Permanente de la OEA, el gobierno Santos, agobiado domésticamente por el adefesio de la reforma a la justicia, quiso rectificar en algo su frivolidad y ligereza adhiriendo a la propuesta hondureña de estudiar con mayor reposo la cuestión y rechazar las propuestas chavistas de sancionar al nuevo y legítimo gobierno paraguayo.
Rectificación superficial que, probablemente, será tan solo la antesala de nuevos errores, porque al vaivén de Unasur y de la Alba, es poco lo que Colombia podrá hacer para defender su soberanía, su interés patrio y su influencia en el concierto de las naciones.