La agenda dura
El texto que firmaron el Gobierno y las Farc en La Habana para cerrar la primera fase de la negociación es, en realidad, un catálogo suave frente a las verdaderas cargas de profundidad que la propia organización armada se ha encargado de dosificar mediáticamente con astucia durante las últimas semanas como preludio del ritual inaugural de Oslo.
Y como este no es un juego de póker ni se trata de la venta de un lote de ganado, no basta con admitir aquello de que en toda negociación las partes plantean al inicio aspiraciones muy altas para luego ir acomodándose a lo largo del diálogo.
Y no basta con eso porque en esta ocasión las Farc ya no cometerán los errores del pasado y tratarán de congeniar al máximo con el Gobierno para llegar a un 'acuerdo express' y lograr así su objetivo de enquistarse en el poder para luego expandir su revolución, desde adentro, descomponiendo progresivamente el sistema inmunológico del Estado.
Semejante maniobra solo podrá materializarse si ellas consiguen imponer desde ahora unos criterios suficientemente claros sobre los que luego puedan canalizar sus recursos y orientar el proceso.
Tales criterios, que son la verdadera agenda de las Farc, o agenda dura, comienzan con sembrar la necesidad de un cese el fuego pero no unilateral, obviamente, sino bilateral, de tal manera que amparándose en un acuerdo humanitario (no verificable) lograsen someter a las Fuerzas Armadas a la inmovilidad absoluta.
Luego aparece la negación del secuestro y de los secuestrados sembrando así la sensación de que son una agrupación políticamente responsable frente al orden humanitario internacional identificándose ya no como victimarios sino como víctimas de un Estado opresor y, en consecuencia, sin ningún compromiso en materia de reparación material o no repetición.
En ese sentido, ¿qué tipo de justicia podría aplicárseles a semejantes mártires que han logrado sobrevivir al genocidio sino una transicional que, alejada de todo síntoma de extradición o encarcelamiento, les concediera, mediante subrogados penales, la libertad y la participación en el poder que el Fascismo criollo les ha negado a lo largo de 50 años?
La agenda dura exigirá también la reingeniería absoluta de las Fuerzas Militares para ajustarlas a las nuevas realidades de tal manera que sean ellas las que disuelvan, y no las Farc, que, en esa perspectiva, no tendrían por qué “entregar las armas” sino solo “dejar de usarlas” pues pasarían a hacer parte de una Fuerza Pública renovada mediante la cual conseguirían, no en años, sino en meses, aquello que tanto les apasiona últimamente: convertirse en un Estado dentro del Estado.