Cuando algunos saborean el tonificante jugo del desayuno, yo ya he atragantado los nuevos y adelantado varios puntos de la agente rutinaria, y mientras los más cercanos analizan las prioridades en sus compromisos laborales, yo festejo las polémicas ideas que ha lanzado en un estridente programa radial.
Por lo anotado, un amigo íntimo comentaba. No comparto el frenesí en que tú vives. No es bueno disparar primero y apuntar después, cuando ya el fuego ha producido estragos. Ni la chispa adelantada, ni la chispa atrasada. “El luminoso término medio”. La sabiduría popular repito: ni tan lejos que no alumbre al Santo, ni tan cerca que lo queme.
Otto Morales Benítez publicó 118 libros, el desbocado Antonio Cacua Prada ha puesto a sus compatriotas a leer y comentar sus 97 volúmenes magistrales. Yo he entregado a un púbico ansioso 61 volúmenes. Con ironía dijo el prestigioso editorialista de El Espectador, Hernando Giraldo, que los libros de Horacio Gómez Aristizábal eran más fáciles de escribir, que de leer.
En carta abierta le repliqué: “… Y si son precipitados mis torrenciales libros, ¿cómo explicar hasta diez ediciones de un ejemplar como “Diccionario de la historia de Colombia”? Al igual que “Decadencia del pueblo colombiano” y “Procedimiento penal” que fueron editados varias veces por ‘Tercer Mundo’, gerenciado en su momento por el presidente Belisario Betancur.
En estos días he leído críticas y elogios, en conocidos periódicos sobre volúmenes de mi autoría. Esto me recuerda la lapidaria sentencia del francés Gide: “Entre más piedras me arrojen, más alto será mi pedestal”.
La prueba reina de que mis obras sí tienen acogida es la solicitud que me hacen prestigiosas instituciones para editar mis investigaciones. Me refiero a las Universidades Católica, Simón Bolívar, la del Meta y editoriales como Tercer Mundo, Temis y la sólida editorial “Gustavo Ibáñez”. Esta última reeditó (tercera edición), “Lo humano de la abogacía y de la justicia”.
Ese gigante de la cultural iconoclasta que fue Federico, el autor de “Así hablaba Zaratustra”, afirmó con profundidad: “Ahora nos mandó que me perdáis y que os encontráis a vosotros mismos; y solo cuando todos hayáis renegado de mí, volverá a vosotros”.
Y otro coloso de la inspiración W. Witman dijo: “Cuidado, no os cerquéis a mí, estoy cargado de dinamita… Pero tú no te alejes. Vuelve a mí”.
Los colombianos somos así. Explotamos súbitamente. A la vez calculadores y espontáneos, generosos y ávaros, luchadores y oportunistas, soberbios y humildes, ambiciosos y derrotistas, conciliadores y resentidos, incontenibles y moderados. Tenemos mucho de ángel y no poco de demonios. Prendemos una vela a Dios y otra al diablo. En momentos de dolor no nos queremos ni siquiera a nosotros mismos.
Baudelaire se desahogó amargamente cuando gritó “Dios mío, dadme valor para mirarme sin asco y sin horror”.