¿Cuántas veces es necesario volver a empezar? A veces muchas. Ello, antes de ser una tara, es una maravillosa oportunidad para consolidar los aprendizajes. De hecho, mientras no aprendamos las lecciones que la vida nos ofrece, habremos de comenzar nuevamente. Ese nuevo inicio no es desde cero, pues cada experiencia vivida cuenta. Pero, necesitamos estar lo suficientemente despiertos para darnos cuenta de ello. Fue necesario recomenzar cuando la ecuación algebraica no nos dio el resultado correcto; cuando se quemó la torta de chocolate porque le pusimos mayor temperatura al horno; cuando no comprendimos lo que decía el párrafo y tuvimos que regresar al título. Cuando el avión en el que viajábamos tuvo que abortar el aterrizaje por niebla sobre la pista y nos elevamos nuevamente para reiniciar la maniobra. Igualmente, cuando quebramos en el negocio y nos dimos otro chance de emprender o cuando tras concluir una relación de pareja iniciamos otro compartir emocional, luego de hacer el duelo.
Si usted revisa su vida, posiblemente encuentre muchos nuevos comienzos. Las oportunidades no solo son segundas; las hay terceras, quintas y centésimas, pues en la larga carrera existencial somos nosotros mismos quienes podemos crear esas posibilidades, tantas como sean necesarias. Nos es permitido equivocarnos de nuevo, y el propósito es tener cada vez mayor consciencia. De eso se trata el juego: de ir ampliando nuestra capacidad de comprender el sentido profundo de cada experiencia vivida. No hay nada casual, todo cuanto sucede y nos ocurre tiene significados vitales, con los cuales nos damos el permiso para aprender. El camino hacia el éxito dista bastante de ser una recta ascendente: está lleno de bajadas, baches, caídas y recaídas. Y no pasa nada, la vida prosigue, el planeta continúa girando.
El problema radica en que ese fiel compañero que es el ego activa la culpa, la ira, la soberbia, la parálisis o la envidia. Surgen, entonces, esas voces ajenas que escuchábamos desde pequeños, en casa o la escuela: no aprendes, eres bruto, un sinvergüenza. También los juicios de afuera, en sí mismos errores: insensible, estúpido, perverso… ¿Qué hacer, entonces? Ser compasivos con nosotros mismos, tal vez como nunca antes lo hayamos sido. Y si se ha tenido la fortuna de ser visto con misericordia ante el error, activarla de nuevo. La compasión pasa por validar esas emociones de rabia, miedo, orgullo, pereza o las que surjan, y reconocer que son visitantes temporales. Una vez nos desidentificamos de ellas, podemos reflexionar sobre lo que no salió como esperábamos, amándonos también en la equivocación, para tomar nota de lo ocurrido y disponernos a hacerlo en forma diferente: enmendar los errores, acopiar mayor información, obtener más recursos, rodearnos de nuevas personas. Es posible que lo que necesitemos para transformarnos sea empezar de nuevo.