Estamos a menos de un mes para que se realice la primera vuelta de las elecciones presidenciales en las que habremos de resolver nuestro futuro nacional, en principio, por los próximos cuatro años. A la fecha, en todas las encuestas puntean los candidatos de las extremas. Iván Duque, el que dijo Uribe, y el exsenador Gustavo Petro.
Si como lo señala el dicho popular en las relaciones de pareja “los extremos se atraen”, en política lo que pasa con los extremos es que se parecen. La campaña lo ha demostrado. Tanto el uribismo como el petrismo son un verdadero peligro institucional. Mientras el uno quiere acabar con toda la cúpula de la Administración de Justicia para crear una sola Corte, de su corte; el petrismo anuncia Constituyentes y expropiaciones expresas. Los dos han mostrado que la administración de justicia sólo les merece respeto cuando adopta decisiones que los favorecen a ellos o a sus amigotes.
De los balconazos de Petro contra las sanciones del entonces Procurador que ahora es dirigente de la campaña política de su más enconado rival, a las “tutelatones” para evitar la ejecución de esa decisión contra el entonces Alcalde, pasando por todos los mecanismos de evasión a las sanciones económicas de los organismos de control, a las andanadas de insultos contra la Corte Suprema de Justicia por parte del dueño de la candidatura de Duque, y el muy simbólico hecho de acudir a la Fiscalía General de la Nación solo a mandarse lustrar los zapatos, los dos espectros ideológicos del extremo están llenos de peligrosas señales contra la institucionalidad.
Preocupa eso, pero preocupa aún más que, si las encuestas aciertan, uno de esos dos candidatos será el futuro Presidente de Colombia y ninguno tiene ni una propuesta concreta para el mejoramiento de las condiciones de vida de los colombianos. Ninguno de los dos ha dicho el cómo, el cuándo y de qué manera se cumplirán los cientos de promesas vacías de que llenan sus declaraciones públicas.
La guerra total que proponen los uribistas a partir de cumplir la promesa de Fernando Londoño, el presidente honorario de ese partido, de hacer trizas el acuerdo, debería ser una propuesta abierta que no se esconda en eufemismos de campaña, para que pueda discutirse cómo se hará esa nueva guerra, cuánto nos costará, en hombres y en dinero, y cómo se financiará. La otra guerra, la que ofrece Petro contra la propiedad privada también merece la concreción de las mismas variables. Cuánto vale Incauca y de dónde va a salir el dinero estatal para pagarla. Y cómo se va a repartir “entre los pobres”. Y cuál es el costo-beneficio de semejante decisión.
Entre tanto, Vargas Lleras, el único candidato que se ha tomado el trabajo de hacer una propuesta programática por cada punto de su campaña, apenas va en el 8% en las encuestas. Tal parece que a los colombianos no les interesan las propuestas políticas serias con documentos que las respalden. Les siguen gustando más las promesas mentirosas a los gritos en la plaza pública. Y así vamos de tumbo en tumbo en 200 años de independencia.
@Quinternatte