En toda sociedad es indispensable aprender de los éxitos y fracasos, de los aciertos y de los errores. Así es como se logra el progreso.
El horrible caso de los "falsos positivos" ha debido dejar unas lecciones que nos ofrecen la seguridad que nada ni lejanamente parecido va a ocurrir otra vez. Se diría que las lecciones deben constituir un aprendizaje no solamente para la institución en la cual se cometieron semejantes barbaridades sino para todas las demás y, por supuesto, para toda la sociedad.
Lo que tenemos en Colombia es una serie de comportamientos criminales que en lugar de dejar lecciones se convierten más bien en ejemplos que muchos buscan replicar y refinar. Desconcertante. El ‘Carrusel de Contratación’ en Bogotá se ha replicado de diversas maneras y hasta alguno de sus gestores ha sido protagonista de nuevos ejemplos. Inverosímil.
Hay un sector en el cual quienes lo conocen dicen que se reproducen prácticas que ya tienen más que desilusionado al país. Puentes que se caen, carreteras que se derrumban, andenes que son intransitables y no sé cuántos elefantes blancos, obras suntuarias que nunca se terminaron o que apenas se comenzaron o cuya construcción pronto se abandonó. Quienes han estudiado el tema hablan de inversiones perdidas que desbordan cientos de millones de dólares. Y cabe preguntarse: ¿no hay manera de que estas deplorables situaciones no se repitan con tanta frecuencia? ¿En dónde está la negligencia que permite que estos latrocinios formen parte de la rutina?
Se habla, y al respecto hay casi unanimidad de observadores extranjeros y nacionales, que opinan que lo característico del Estado colombiano, históricamente ha sido su debilidad. Un Estado débil no solamente en lo que tiene que ver con el mantenimiento del orden, el cual nos ha sido esquivo con demasiada frecuencia. En nuestros días, por ejemplo. Y un Estado débil en su Administración de Justicia porque sus cárceles han sido inmanejables, los procesos judiciales interminables, la satisfacción de las demandas ciudadanas de justicia pronta y cumplida apenas una ilusión. Por fortuna, un recurso como el de la tutela le ha devuelto algo de fe a los ciudadanos en la administración de justicia. Un gran acierto de la Constitución de 1991. Ni para qué recordar las múltiples voces que se levantaron contra ese recurso y que luego, así es la vida, han hecho uso de ella con frecuencia y con éxito.
También ha sido un estado débil en lo que tiene que ver con la administración encargada de recolectar los impuestos. Altísimas tasas de evasión, muchos contribuyentes con deudas tributarias pendientes.
Tres dimensiones de la debilidad estatal que han hecho muy difícil la tarea de gobernar, de establecer el orden y de buscar la equidad.
Han tenido que fallar muchas instituciones, procedimientos, mecanismos para que algo tan terrible como los “falsos positivos” se registraran no por un día, no por varias semanas, sino por meses. Realmente, aterrador.
Se trata de una falla institucional descomunal. Y por ello es apenas obvio decir que los aprendizajes sean igual o más descomunales. La verdad es que nos están haciendo mucha falta herramientas eficaces que nos permitan estar orgullosos de mecanismos de control que impidan tanta vergüenza. Proteger la renuncia, proteger al denunciante, y recompensar muy pero muy generosamente al denunciante son los elementos claves para que una sociedad no tenga que sufrir las vergüenzas que nos agobian.