100 años de Augusto Monterroso, el maestro de la microliteratura | El Nuevo Siglo
El escritor es autor de ejemplares como “Uno de cada tres”, “El eclipse”, “Sinfonía inconclusa”, “Leopoldo a sus trabajos”, “Primera Dama”, “La vaca” y “Obras completas”.
Foto AFP
Lunes, 27 de Diciembre de 2021
Redacción Cultura

Con estructuras breves y un sentido del humor innato, el escritor guatemalteco Augusto Monterroso se convirtió en un maestro del microrrelato o de la minificción, como lo etiquetan algunos. Una pluma minimalista que se convirtió en la sensación de la literatura latinoamericana.

Sus obras, en especial la titulada “El dinosaurio”, conocida como el cuento más corto del mundo, vuelven a la memoria de los amantes de la literatura por estos días, debido a la conmemoración del centenario del natalicio del escritor, considerado uno de los grandes cuentistas del continente.

Los primeros cuentos breves

Aunque nació en 1921, en Tegucigalpa (Honduras), Augusto, hijo de Amelia Bonilla y Vicente Monterroso, se consideró siempre guatemalteco, ya que vivió allí toda su infancia y juventud.

El escritor creció en el seno de una familia que creía en la lectura, y en la que habitaba la pasión por el arte, la tauromaquia y la música de época de artistas de Centroamérica y españoles.

Desde sus primeros años de vida, Monterroso se caracterizó por ser autodidacta, ya que dejó la escuela y se propuso aprender a leer y conocer otras disciplinas, como la música, por su propia cuenta. Luego, se interesó por la literatura.

En su país fue activista político. Entre otros logros, fundó la Asociación de Artistas y Escritores Jóvenes y publicó sus primeros cuentos en la revista Acento y en el diario El Imparcial. Pero, por esa época también creó un periódico contrario al régimen y estas actividades lo llevaron al exilio en 1944. Se trasladó a México, donde además de instalarse por el resto de su vida y mantenerse conectado a la Universidad Nacional Autónoma de México, construyó su carrera literaria.

En sus primeros años en México publicó dos cuentos breves, “El concierto” y “El eclipse”, que lo llevaron a impulsarse como escritor. Monterroso siguió con su camino literario, luego de ser nombrado cónsul de Guatemala y de mudarse a Santiago de Chile, donde publicó el cuento “Míster Taylor”.

Su estadía en Chile no duró mucho tiempo, pues en 1956 regresó a México, donde se dedicó a trabajar en actividades relacionadas con la educación y la escritura.

Obras maestras de escasas líneas

Este maestro de la brevedad, como lo recuerda el mundo, le regaló a la humanidad un gran número de obras maestras, unas de escasas líneas. Esta conocida etapa del autor inició en 1959, cuando publicó su primer libro, “Obras completas (y otros cuentos)”, el cual lo lanza a la fama.

Especialmente, por el cuento más corto de la literatura hispanoamericana, en el que escribe “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Un texto que hasta el son de hoy sigue siendo elogiado.

En este libro también se pueden encontrar cuentos como “Uno de cada tres”, “El eclipse”, “Sinfonía inconclusa”, “Leopoldo a sus trabajos”, “Primera Dama”, “La vaca” y “Obras completas”.

A partir de este volumen se pueden conocer las constantes en la pluma del maestro Monterroso, entre ellas el juego que hacía con el humor y la seriedad, su inclinación por la brevedad en sus escritos, la burla de los estereotipos, entre otras más.


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Para 1969 publicó “La oveja negra (y demás fábulas)”, la cual terminó de lanzarlo al reconocimiento más definitivo. Por este mismo año, el escritor se aventuró a dictar el Taller de Cuento de la Dirección General de Difusión de Cultura de la UNAM y el Taller de Narrativa del Instituto Nacional de Bellas Artes, dos actividades indispensables en el destino del guatemalteco, pues en estos espacios participaron algunos de los escritores contemporáneos más importantes de México, así como Bárbara Jabobs, reconocida escritora que luego se convirtió en esposa de Monterroso, en 1976.

“Movimiento perpetuo”, considerado como el mejor del año en el país azteca, llegó en 1972. Luego de su publicación, el autor se dedicó a realizar algunos viajes por el continente americano y Europa. Victorioso con el Premio Javier Villaurrutia, lanza al ruedo en 1978 su única novela, “Lo demás es silencio (La vida y la obra de Eduardo Torres)”.

Dentro de los próximos 10 años el autor se mantuvo entre entrevistas, conversaciones con críticos literarios y publicaciones como “Viaje al centro de la fábula”, “La palabra mágica” y “La letra e. Fragmentos de un diario”, en el cual Monterroso devela una faceta personal y lo lleva a una relación de cómplices con sus lectores.

Para 1992 publica “Antología del cuento triste”, una colaboración con su esposa, y en 1993, aparece “Los buscadores de oro”, un libro biográfico especial en el que devela los detalles de su vida adolescente, a través de tintes de música, libros, angustias y nostalgia.

Los 90: época de distinciones

Así, sin pasos de gigante, pero con atractivos y apasionados ejemplares, Monterroso se consagró como uno de los mejores escritores en la literatura hispanoamericana.

En la década de los 90 el autor recibió varias distinciones y premios, entre ellos la investidura de doctor honoris causa por la Universidad de San Carlos de Guatemala, la Orden Miguel Ángel Asturias y el Quetzal de Jade Maya, de la Asociación de Periodistas de Guatemala; y en México, el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.

En el 2000 se alzó con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Un reconocimiento en el que aseveró a la prensa que “el escritor siempre debe ser un rebelde”, y que si no tiene espacio para serlo debe “pelear por la libertad”.

Con este galardón también recalcó que sentía un profundo respeto hacia el lector, al que incluso, según él, le tenía “miedo”.

“Lo respeto mucho y... le tengo miedo. Claro, en lo que escribo no me gusta halagar a los lectores: no los halago, más bien los pico. Cuando puedo, a veces, hasta los hiero para que respondan, pero siempre con respeto; no con ese respeto reverencial, sino respeto como igual”, explicó.

Con su salud quebrantada, Monterroso trabajó hasta el último aliento de vida, pues antes de su desaparición estuvo concentrado en recopilar los textos que compondrían “Pájaros de Hispanoamérica” para el 2002. Con su afán por el trabajo y la escritura, a pesar de su delicado estado de salud, Monterroso falleció el 8 de febrero del 2003.