Donald Trump se posesiona este lunes como el presidente número 47 de los Estados Unidos con la promesa de transformar su país. En su primera administración (2016-20), Trump intentó alterar el status-quo, pero le jugaron en contra su falta de capital político y de experiencia en el cargo. Con más aliados y un conocimiento mayor de la política norteamericana, las posibilidades de que esta vez logre un ajuste real son mayores, aunque prevalecen las dudas de cómo lo hará y hasta dónde llegará.
Estos interrogantes, que emergen sobre todo en temas como su política económica y su posición sobre China, contrastan con la certeza de que a la Casa Blanca volverá de nuevo un presidente que tiene un estilo muy marcado de hacer política. Trump entiende la política como el arte de negociar y para negociar bien necesita generar incertidumbre en sus rivales locales e internacionales.
Como primer acto de gobierno, Trump le ha dicho a la revista TIME que está preparando 100 órdenes ejecutivas, entre ellas cerrar la frontera entre Estados Unidos y México para controlar la inmigración ilegal, indultar a los presos del 6 de enero (asalto al Capitolio), y lanzar una estrategia para poner fin a la invasión de Rusia en Ucrania.
Conservador o entusiasta tech
Cuando Barack Obama le entregó la presidencia, el 1 de enero de 2017, poco se sabía sobre las ideas políticas de Donald Trump, más allá de su desprecio por la clase política. De ese día a hoy han pasado ocho años y MAGA (Make America Great Again) −su doctrina política− se ha convertido en un movimiento político nacional organizado con diferentes brazos que influyen en la agenda reformista del presidente.
MAGA es un movimiento político de restauración nacional que busca reposicionar a Estados Unidos en su rol de líder mundial. Para lograrlo, durante su segunda administración, Trump va a navegar entre ayudar a familias, controlar precios e imponer aranceles, como propone el vicepresidente Vance y el jefe de gabinete, Stephen Miller; y las ideas liberales de la mayoría de los republicanos de bajar impuestos, quitar aranceles, y recortar el gobierno, como defienden el secretario del Tesoro, Scott Bessent, y el director del Consejo Nacional Económico, Kevin Hasset.
A estos se suma un selecto grupo de líderes de Sillicon Valley dedicados a la tecnología, como Elon Musk, David Sacks y Scott Kupor, quienes buscan impulsar el crecimiento tecnológico a costa de bajos impuestos y eficiencia institucional.
En el Partido Republicano estas diferencias de visión no son nuevas. La coalición de Trump recuerda a la de Richard Nixon, en 1972, y menos a las de George Bush padre e hijo, que heredaron la burocracia de Ronald Reagan −el presidente más popular de la historia de los Estados Unidos con Abraham Lincoln−, conocido por posicionar ideas liberales como la desregulación y los bajos impuestos, a las que están inscritas las mayorías de los republicanos hoy, aunque no todos, como muestra el caso de Vance.
Economía y migración
La inflación, más que cualquier otra cosa, eligió a Trump. La mayoría de los norteamericanos votaron para castigar el alza de los precios durante el gobierno de Joe Biden y la falta de incremento en los salarios. Si Trump no logra elevar los salarios reales de las bases sociales de MAGA y entra en una espiral de choques con FED por sus decisiones monetarias, su segunda administración puede tener problemas.
Liderado por el secretario de Estado Bessett, su equipo económico le apuesta, para aumentar los salarios, a un despegue económico centrado en la baja de impuestos, el recorte y eficiencia del Estado (Musk, es el líder), y el apoyo a industrias estratégicas.
Este último punto puede ser el eje central del éxito o fracaso de su política económica. Muchos dentro del equipo de Trump creen en los aranceles, no solo como represalia contra China, sino como mecanismo para proteger e impulsar la industria norteamericana. Está probado, como dice el editorial de The Wall Street Journal, que “los aranceles son un impuesto y un impuesto es anti-crecimiento”. Con el plan de imponer tarifas desde este lunes, la economía eventualmente no gozaría de ese crecimiento esperado y a la postre los salarios reales de los trabajadores no lograrían subir lo suficiente. Todo está en ver qué tan agresiva va a ser la política de aranceles de Trump, y ahí jugarán mucho los sectores liberales dentro de su gabinete.
Ahora bien, la política migratoria será otro tema central en la administración de Trump. Tom Homan, el zar de la frontera, y Stephen Miller, de la línea dura antinmigración y designado como jefe adjunto de gabinete de la Casa Blanca, han dicho, en Fox News, “que Trump va sellar la frontera cerrada y comenzar la mayor operación de deportación de la historia de Estados Unidos”.
Trump ha dicho en campaña que deportaría cerca de 15 millones de migrantes ilegales, un objetivo ambicioso. Según The Economist, en su editorial “Donald el deportador”, la deportación de millones de personas resultaría muy costoso para Estados Unidos y golpearía el mercado laboral, además de que sería impopular en la medida en que cerca de 7 millones de migrantes ilegales ya llevan más de una década en el país y han creado vínculos en miles de comunidades a lo largo del país.
Anunciada para satisfacer a sus bases sociales, muchas de las cuales han perdido su trabajo supuestamente a causa de la migración, Trump podría tener una política migratoria menos radical. En vez de deportar millones de personas, como lo hizo Bill Clinton y Barack Obama, tal vez buscaría controlar la frontera y llegar a un acuerdo con el Congreso sobre inmigración legal e ilegal.
China y el mundo
Si hay algo totalmente cierto, es que Trump no pasará un solo día sin pensar en China, con la que tuvo, en su primera administración, una “guerra económica” con la subida de aranceles al acero y otros materiales. Hoy, la tensión es mayor por las ambiciones territoriales de Pekín sobre Taiwán y los países que se ubican en el Mar del Sur de China.
Aunque ha prometido subir más los aranceles a China, además de que un tribunal ha ordenado el bloqueo de Tik Tok por seguridad nacional, Trump puede impulsar una política de aranceles progresiva que busque disuadir a China sobre sus intereses en Taiwán, sin generar una reacción de Pekín que lleve a una escalada militar. Es una cuestión de grado, difícil de medir.
Esa medición pasa por su visión de Estados Unidos en el mundo. No es claro qué piensa Trump, y si cree en que existen zonas de influencia: China en Asia-Pacífico, Rusia en Europa, y EE. UU. en el hemisferio occidental. Así piensa la línea aislacionista del Partido Republicano, que, por mucho tiempo, antes de la Segunda Guerra Mundial, dominó la política exterior del país.
Trump no ha sido claro en si va adoptar una posición aislacionista, como piden algunos sectores o buscará resolver los conflictos actuales y renegociar acuerdos con Europa y los asiáticos en defensa y comercio. Al parecer, por sus declaraciones, apostará por una mezcla entre un aislacionismo moderado, para quitarle responsabilidades a Estados Unidos en otros países, al mismo tiempo en que tendrá un rol muy activo en la resolución de las guerras en Ucrania y Gaza.
*Analista y consultor. MPhil en Universidad de Oxford.