YA SE encuentra en las salas de cines Ana Rosa, una película de Catalina Villar, producida por Perrenque Media Lab (Colombia) en coproducción con L’atelier Documentaire (Francia). La directora reconstruye la historia de su abuela paterna, de quien solo tiene una foto y ningún recuerdo. En la investigación encuentra una historia asociada a la salud mental y neurociencia, que marcó la vida de muchas mujeres que desafiaron las normas sociales.
“¿Hasta dónde todo lo que somos puede estudiarse, modificarse y ser usado por la psiquiatría con el fin de ayudarnos a adaptarnos a la sociedad contemporánea?”, es una de las preguntas que se formula Catalina Villar en Ana Rosa, película documental en la que escudriña archivos familiares y médicos en busca de la historia de su abuela paterna, Ana Rosa Gaviria Paredes, a quien le practicaron una lobotomía a finales de los años 50 del siglo pasado, a sus 53 años.
Ana Rosa comienza cuando la realizadora desocupa la casa de sus padres y debe catalogar, archivar o botar recuerdos. En uno de los cajones encuentra una foto tipo documento de su abuela paterna, a quien nunca había visto, y de inmediato siente dolor por la ausencia de esta mujer que quedó condenada al olvido.
En esta película, que cuenta con la producción ejecutiva en Colombia de Cristina Villar Rosa, Federico Nieto El’ Gazi y Nicolás Martínez Lozano, la directora cuestiona el silencio familiar que rodea a Ana Rosa Gaviria Paredes, de quien no hay recuerdos verbales ni fotográficos. De ella, lo único que se sabía, era que tocaba piano y sufrió una lobotomía, por lo que en esta película busca relegitimar a su abuela y tratar de buscar quién era “antes de perderse en los meandros de un cerebro desconectado”, como lo describe con sus palabras.
El olvido
La tarjeta de identidad de Ana Rosa refundida en un cajón fue suficiente para que la directora cuestionara porqué la familia borró todo lo relacionado a esa mujer que nació el 27 de abril de 1904 en Mariquita, Tolima.
“Yo sí sabía que le habían hecho la lobotomía. Cuando empecé a escudriñar todo esto me pregunté: ¿cómo es posible que yo, habiendo cursado unos años de medicina, interesándome por la psiquiatría y siendo una obsesionada por ese tema (…), la palabra lobotomía no haya hecho un detonante en mi mente?”, dice Catalina Villar, quien en 2017 codirigió “Camino”, junto a su esposo Yves de Peretti.
Gracias a ese encuentro fortuito del documento con la única foto que existe de su abuela, la realizadora reconstruye, hasta donde puede, su historia. Pero el ejercicio es complejo porque no vive nadie que narre, por ejemplo, cómo fue su infancia.
Sin embargo, gracias a su primo mayor, Eduardo; y a su tío menor, Ernesto; Catalina Villar descubre que el destino de su abuela, al igual que el de muchas mujeres en el mundo, fue decidido por hombres de la familia y de la ciencia. No encontró la historia clínica de su abuela, pero basándose en otras encontró un diagnóstico que habría podido ser el de ella: “notable daño del buen servicio”, lo que se traducía en no ejercer adecuadamente las tareas que la sociedad imponía y esperaba de ellas.
Fue en ese momento que la directora decidió realizar Ana Rosa, una película documental que supera el drama familiar con el objetivo de explorar la obsesión de la ciencia o de quienes la ejercen, por tocar “el alma con el bisturí o con una droga”, en palabras de Villar.
El espectador de Ana Rosa se enfrenta a la historia de la lobotomía, inventada por Egas Moniz, a quien en 1949 le otorgaron el Nobel de Medicina, un premio que fue celebrado hasta la década del 80. La lobotomía, que en principio fue un procedimiento agresivo y costoso, se popularizó años después de que Walter Freeman la volviera ambulatoria. Ana Rosa Gaviria, fue víctima de ese procedimiento que el doctor colombiano Mario Camacho Pinto trajo al país.
Ana Rosa explora la relación de la psiquiatría y la experimentación en seres humanos, especialmente en mujeres, que sobrepasaron la ética. Así mismo, desempolva los recuerdos de muchas personas y familias que enfrentaron en silencio trastornos mentales como la depresión o la ansiedad (que hoy en día no son considerados como tal) para evitar la vergüenza social.
La película es la oportunidad cinematográfica para legitimar la posibilidad de hablar de lo que no es la norma, de lo que excluye y los dramas que eso genera personal, social y mundialmente.