Con dos exposiciones que conmemoran los parajes del campo, el Claustro de San Agustín reabrió sus puertas este fin de semana. La primera de ellas, “La montaña cuenta una historia”, del maestro caldense Luis Hernando Giraldo, quien presenta 56 dibujos en pequeño formato, en técnicas que van del carboncillo al pastel, pasando por la sangre de cordero, la ceniza y el óleo. Un trabajo sobre la memoria y la naturaleza de su territorio sembrado de vida y de violencia.
La segunda, titulada “Canción de cuna”, presenta una instalación de esculturas realizadas por la artista bogotana Juliana Góngora, quien retoma su trabajo con elementos orgánicos como la leche, la tierra, las hojas de maíz, la sal o los nidos de aves, para tejer una propuesta sobre el afecto, la dulzura, el conocimiento ancestral y el campo como espacio de cuidado y hogar.
Cuenta con la curaduría de María Belén Sáez de Ibarra y la producción de la Dirección de Patrimonio Cultural Unal.
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En “La montaña cuenta una historia” la protagonista es la montaña de San Antonio, en Pácora, Caldas, ubicada frente a la casa donde nació el maestro Luis Hernando Giraldo. Allí vivían sus abuelos y allí pasó él las vacaciones en distintos periodos de su vida. A esa montaña que vio desde recién nacido, la dibuja en toda su obra y le suma recuerdos, inquietudes y acontecimientos que no necesariamente sucedieron allí.
“Es como una imagen o un leitmotiv que me permite tener un lugar donde poner las historias que pertenecen a mi vida, a la vida de la comarca o a la nacional. La montaña es el telón que está recibiendo las historias para contarlas”, explica Giraldo.
Su obra es un recorrido por su memoria y esta vez lo empieza desde su más temprana edad, pintando su primer encuentro con la naturaleza, cuando descubrió a la montaña y sus alrededores, desde el momento mismo de su nacimiento. Y desde la memoria remota, con trazos casi rupestres como de la Cueva de Lascaux, el artista introduce las “aguidilla”, las vacas, los caballos, las bandadas de pájaros, el arcoíris, la vida rural que luego también incluye el recuerdo cuando vio cómo unos hombres golpeaban a su padre, el cielo que sangra y el cordero, los gallinazos y las cruces, que se repiten constantemente, porque así están sembrados los paisajes de nuestro país.
“Lo hago como si fuera un poema, con la repetición de una frase... Aquí se está diciendo, pero en lenguaje plástico, lo que la poesía dice con palabras. Si el artista no entiende lo que hace como poesía es como si no estuviera haciendo arte”, subraya Luis Hernando.
Dibujos
Son 56 dibujos que por primera vez aborda en pequeño formato. A éste llegó después de ver unas obras en pastel de Odilon Redon, en el Museo de los Surrealistas de París, en 2013. Entonces decidió experimentar por primera vez con lápices de pastel. Y esta técnica se convirtió de pronto en su favorita por su fácil portabilidad, por los tonos olivas, rojos, ocres y por los ensayos de color que por lo general terminan haciendo parte de la creación final. “La montaña cuenta una historia” nos sorprende entonces con nuevas búsquedas de un autor que no deja de pintar ningún día y que trata siempre de darle a su obra un sentido universal con enganches a ciertos referentes como Giorgioni, Piero della Francesca o Paolo Uccello, entre otros.
Luis Hernando Giraldo trabaja atendiendo a su voz interior. La moda o los cristales provisionales para mirar el mundo no encuentran lugar en su mundo creativo, no obstante, su pensamiento corresponde al pulso de su época; así consigue despojar su sensibilidad de cualquier cercanía con el lugar común, en una actitud que no solo recrea un universo personal, sino que busca un encuentro entre la obra y su tiempo. Giraldo revive la vivencia de una historia despojada de anécdotas, donde integra su experiencia con diversos planteamientos del arte a través del tiempo. Su obra hace parte de las colecciones del Banco de la República, Biblioteca Luis Ángel Arango, de Bogotá; el Museo de Bellas Artes, de Caracas; el Museo Nacional de Colombia; el Museo de Arte Moderno y colecciones privadas.
Esculturas
Por su parte, Juliana Góngora, quien es artista plástica y escultora, anota: “Me gusta estar atenta a los procesos de transformación de la materia. Creo que la escultura reside en la tensión que surge cuando dos materiales se encuentran y crean lo opuesto, permitiendo lo imposible, lo insospechado (…) Considero la escultura como un lenguaje transversal. El lente con el que puedo ver el mundo, mi forma de relacionarme y mi forma de ser”.
Ha sido invitada a la 13° Bienal do Mercosur Trauma; “Rivus” la 23 Biennale de Sydney y Zona Maco en CDMX; la muestra “La courte échelle” en Goodman Gallery, de Suráfrica, y la Bienal 12 Porto Alegre Femenino(s). Visualidades, Acciones y Afectos. Participó en la residencia del MacVal Musèe d’art contemporain du Val-de-Marne como artista invitada.
Curadora
María Belén Sáez de Ibarra, la curadora, es además editora y gestora cultural. Abogada socio-economista de la Universidad Javeriana de Bogotá con maestría en Derecho Ambiental e Internacional en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS) de la Universidad de Londres. Ha sido profesora de la Maestría en Estudios Culturales de la Universidad Javeriana y de Políticas del Arte en la Universidad de los Andes. Hace parte del Comité asesor del espacio de arte y memoria Fragmentos.
Ha sido parte de los procesos curatoriales en la Bienal de São Paulo y La Habana, y cocuradora de la Bienal de Shanghái (2018-2019); además, ha curado exposiciones que se relacionan con el espacio y la instalación a gran escala; también producciones musicales y teatrales tanto clásicas como contemporáneas. Ha trabajado con artistas como Úrsula Biemann, Doris Salcedo, Beatriz González, Óscar Murillo, Ryoji Ikeda, Clemencia Echeverri, José Alejandro Restrepo, Miguel Ángel Rojas, Héiner Goebbels, Diana Rico y Richard Decaillet, entre muchos otros. Igualmente, ha curado y producido obras monumentales, acciones de paz y duelo; exposiciones de memoria y reconocimiento de lo asesinado, ocultado y acallado por la violencia política, como contribuciones a un activismo cultural por la paz de Colombia y la implementación de los acuerdos.