Lo moderno en el Moderno | El Nuevo Siglo
Foto cortesía OFB
Martes, 28 de Junio de 2022
Emilio Sanmiguel

La inauguración de la II Temporada de música contemporánea Mambo-Filarmónico 2022, la mañana del domingo pasado, constituyó un triunfo de la cultura en Bogotá.

La Filarmónica de Bogotá OFB, y el Museo de Arte Moderno Mambo han demostrado que lo ocurrido el año pasado durante la I Temporada, más que una experiencia empieza a institucionalizarse. Para qué mentirnos, en un medio cultural, frágil y volátil, como el nuestro, que una iniciativa audaz como llevar la música contemporánea a su medio natural, un museo contemporáneo, conlleva implicaciones más que anecdóticas.

Bien se sabe, el arte sonoro de nuestro tiempo no suele estar del todo a sus anchas en recintos tradicionales, por las características acústicas y de contenido que le son propias y porque su público es otro, en las Antípodas del de los teatros y auditorios convencionales.

Eso quedó, claro como el agua, la mañana del domingo. Todo parece indicar que son innecesarias millonarias campañas publicitarias para advertirle a las élites que se trata de algo absolutamente excepcional; porque a las élites la música contemporánea las tiene sin cuidado y brillan por su ausencia. Con un par de convocatorias en las redes -de la Orquesta y del Museo- al filo de las 11 de la mañana la Filarmónica juvenil de cámara estaba literalmente cercada de público por todos los costados de la Sala Marta Traba, la de mayor capacidad del edificio. Durante el transcurso del concierto, como empezó a agolparse más público sobre puertas y ventanas, se permitió el acceso a más asistentes. Una rápida mirada bastó para advertir que, la OFB y el Mambo se dieron el lujo de acoger eso que está sobre el tapete en los últimos tiempos: un público incluyente que llenó el recinto con absoluta naturalidad, unos instalados en la silletería, otros en el piso, los de más allá de pies. Democratización de la Cultura. Así de sencillo.

 

Un programa atinado

Como la OFB, silenciosamente, sin aspavientos, se ha convertido en un sistema orquestal, los programas de la II Temporada ofrecen una increíble variedad de medios. Así, el del domingo corrió por cuenta de la Filarmónica juvenil de cámara en su variante de orquesta de cuerdas, bajo la dirección del ya bien curtido Leonardo Federico Hoyos.

Como la agrupación se prepara para una gira que la llevará a diferentes festivales del verano italiano, recorrieron el domingo una selección del programa que interpretarán en Italia. La gira terminará al interior de la Basílica de Asís, con un concierto conmemorativo de la firma de los Acuerdos de paz.

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La mañana abrió con Plegaria eterna, para orquesta de cuerdas, de Jorge Humberto Pinzón (Moniquirá, 1968), que se inició con una serie de acordes insistentes que parecían evocar lejanamente, por su insistencia, el legendario Adagio del Concerto en re menor de Alessandro Marcelo; rápidamente la atmósfera puso tierra de por medio con la analogía, entre otras porque la insistencia de las cuerdas actuó, más a la  manera de un mantra que de un acompañamiento propiamente dicho y, desde luego por su tema de carácter radicalmente distinto. La intervención de Germán Buitrago, primer violoncello de la orquesta, además de constituir en sí misma el centro de gravedad, dejó en claro su jerarquía como instrumentista, por su amplitud de emisión, plenitud, seguridad y eso que convierte el sonido en arte. L. F. Hoyos recorrió la obra en el clima de tensión suficiente para conseguir esa suerte de clima místico que, seguramente, pretende Pinzón.

Enseguida, del vallecaucano Luis Carlos Figueroa (Cali, 1923) el Concertino para flauta, timbal y orquesta de cuerdas de 1972, una obra ya instalada en el repertorio de la música clásica colombiana, justamente por las cualidades objetivas de su lenguaje contemporáneo, ampliamente lírico, nacionalista y, a la vez, atento de las corrientes internacionales. Se evidenció el domingo, que se trata de un vehículo excepcional para permitir el brillo del solista, en este caso, Christian Guerrero, primera flauta de la Filarmónica grande; a lo largo de los tres movimientos; en el Allegro moderato respaldado por la polifonía de las cuerdas, en el idílico Andante, solista, director y orquesta se empeñaron en dibujar una atmósfera a cielo abierto y, como si se tratara de una pastoral, todo cálido, efusivo y trabajado a la manera de un gran monologo instrumental arropado por la orquesta; el final, Allegro moderato fue brillante, ágil, casi en los terrenos del virtuosismo. Inteligente actuación del timbalista Santiago Suárez, que entendió el suyo como un aporte de acentos, cuidadosos, pero determinantes. La respuesta del público fue tan contundente y extrovertida que ameritó el encore: un Cuento infantil para flauta solista.

Cerró programa la amplia y ambiciosa Bartokiana, Suite Fantasía. Leonardo Federico Hoyos dirigiendo su propia obra, una Suite basada en temas de Béla Bartók, el nacionalista húngaro: sobre diez temas, recopilados por Bartók, Hoyos se permitió una partitura ambiciosa y seria, de fuerte impronta rítmica, cómo no, y con guiños a aspectos concertantes, por las permanentes oportunidades que, a lo largo de los movimentos, tienen algunos de los músicos, por ejemplo, la brillante intervención el primer violín Sergio Barón.

En dos oportunidades Hoyos pide doblar en vocalise algunos pasajes, con un efecto inmediato en el público, igualmente se arriesga al plantear un movimento en Pizzicatti -a la manera de la Cuarta tchaikovskiana- en resumen, como compositor y director, Hoyos dejó en el aire que se trataba de su homenaje a uno de los grandes músicos del s. XX , desde su sensibilidad para plantear su concierto para orquesta… de cuerdas.

Como terminado el programa, el público no se movía de su sitio, Hoyos dirigió dos encores, el Pasillo Diabluras de Mauricio Lozano y Canto a San Francisco de Asís de Luigi Lombardini.

Inauguración de temporada moderna en el Moderno.