Por Emilio Sanmiguel
Especial para El Nuevo Siglo
BUENO, si digo que se trató de un atentado contra el buen gusto y el decoro lírico, quedo como un retrógrado recalcitrante. Y si afirmo que fue una maravilla del teatro contemporáneo al servicio de los clásicos quedo como un esnobista o un farsante, que es peor. Mejor el asunto de la puesta en escena del “Rigoletto” de Verdi de la alemana Tatjana Gürbaca, para celebrar los cinco años del Teatro Mayor lo dejo para más adelante.
Noche lírica en Versalles
Difícil, para no decir imposible, analizar la reacción del público la noche del martes, porque el teatro estaba abarrotado literalmente de la plana mayor del Jet-Set criollo. Que como bien se sabe, es más amante de parrandas vallenatas y frijoladas, que de Cultura con mayúsculas. Aunque en los últimos años, gracias a ciertos festivales y a eventos de alto bordo musical, toleran con cierto estoicismo conciertos, ballets y hasta óperas.
Mucha gente en Versalles la noche del martes –parodiando a Madame la Delfina-empresarios, banqueros, ministros, estrellas sociales, ex de todos los plumajes (ex maridos, ex ministros, ex cancilleres, ex alcaldes) cortesanos y cortesanas, el presidente de la República que se vio el acto I y, quién lo creyera, ¡hasta un par de melómanos en el auditorio!
Lo digo no con ironía, sino para explicar la -¿extraña?- reacción del público ante la parte musical del espectáculo. Porque no hay que darle muchas vueltas al asunto para saber que la actuación de la Filarmónica de Bogotá, bajo la dirección del francés Patrick Fournillier (un especialista en las óperas de Massenet) fue impecable, con momentos francamente extraordinarios, como la amplitud sonora que se desplegó en la “escena de la tormenta”, la sutileza sonora del “Caro nome” de Gilda y, si se quiere, hasta la habilidad para sortear un par de descuadres, como ocurrió en la primera parte del acto II.
Sería también una manera de explicar que dos momentos de impecable actuación del tenor Massimiliano Pisapia, concretamente la gran escena del Duque “Ella mi fu rapita” con su aria y “cabaletta” no hayan despertado emoción en los tendidos, como tampoco “La donna è mobile”, que remató con un buen timbrado do de pecho. El “Questa o quella” pasó justamente inadvertido y su capacidad para bordar vocalmente un personaje se ve ensombrecido por una rara tendencia a desimpostar la voz en el centro y el primer grave de su tesitura.
No despertó mayor emoción el “Cortiggiani” del barítono Claudio Scura que cantó la parte de Rigoletto, tampoco el “Vendetta” del acto II, su línea vocal no es la más verdiana posible (pese a un premio Verdi de Busseto), tiene un instrumento de volumen considerable e imponente, pero descuida la vocalización y a veces no resulta sinceramente compenetrado con el texto… ¿culpa suya o de la producción?
Cerrando el trío protagonista la soprano lituana Katerina Tretyakova; posee una voz francamente preciosa, con la agilidad de las grandes coloraturas, pero con un timbre bien esmaltado, de sólido centro y agudo penetrante. Tampoco pasó nada con su impecable “caro nome” y lo más injusto del caso, con un excepcional y conmovedor “Tutte le feste al tempio”: el público le fue avaro en su aplauso, quizás porque jamás se enteró de lo que estaba ocurriendo.
Bien la Maddalena de la mezzosoprano Nino Surguladze. El bajo Gianluca Burato, que hizo el Sparafucile, no pone en el mismo nivel la gran sonoridad y bello timbre de su voz con la delicadeza de la expresión, desperdició por completo el dúo del acto I con Rigoletto y anduvo muchísimo mejor en el Trío de la tormenta.
La actuación vocal de Deyan Vatchkov, que cantó el Monterone, colmó completamente las expectativas, cantó con esa contundencia telúrica que debe poseer quien finalmente desencadena toda la tragedia.
La puesta en escena de Zúrich
Me llama una cantante, ya retirada de la escena, pero artista de esas cuya opinión hay que oír con cuidado y respeto porque paseó su voz con mucho éxito por muchos escenarios del mundo, y me expresa su indignación por, dice ella, “la manera como se masacró la obra de Verdi”; ella no estuvo en teatro, vio la transmisión por televisión.
En realidad lo visto la noche del martes en el Mayor está dentro de una de las corrientes en boga en algunas casas de ópera de Europa, especialmente en países de la esfera germanófila, como la Ópera de Zúrich, propietaria de la producción, que se repite mañana en la noche en el Mayor.
El hecho es que hay dos maneras fundamentales de llevar la ópera a escena en nuestros días. La que respeta la tradición, que puede muy peligrosa por su propensión a los pastiches escenográficos y a las comparsas de disfraces (caso Ópera de Colombia), pero capaz de producir obras maestras, como el caso de las puestas de un Viscontti o un Zefirelli. La otra opta por intervenir los originales, cambia las épocas, elimina en muchos casos las referencias a los lugares donde ocurren las cosas; hay genios en esta escuela, como Billy Decker o el recientemente desaparecido Patrik Chereau, la Fura del Baus y un largo etcétera. Y por el camino hay de todo: escenografías contemporáneas con vestuarios de época y viceversa, en fin.
El punto es el auténtico amor de los “reggistas” por la ópera. Con respecto a la producción de Tatjijana Gürbaca para Zúrich no me cabe duda de que es de una infinita audacia teatral. Tan audaz que delata lo que es de fondo: que no le gusta la ópera. O por lo menos que no le gusta “Rigoletto”, no le gusta lo que le gustaba a Verdi, que fuera jorobado, que el drama fuera de formidable intensidad y efecto teatral. O de pronto que esta ópera de Verdi no es el mejor vehículo para darle rienda suelta a su talento… si lo tiene.
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Cauda: Desde luego creo que la presencia de Ramiro Osorio al frente de la dirección del Teatro Mayor renovó y renovó la apolillada escena musical de Bogotá. Cinco años son cinco años.