Altura de Laureano | El Nuevo Siglo
Miércoles, 14 de Mayo de 2014

*Los sectarismos recalentados

*Ni una sola prueba, como siempre

 

 

En  los últimos días, a raíz de los intempestivos episodios de la campaña presidencial, algunos han sacado, de contera, a relucir el nombre de Laureano Gómez para acusarlo de calumniador, fascista y promotor de la “acción intrépida”. Nada más falaz, ni traído de los cabellos, la misma leyenda negra de siempre sin que se asome en un mínimo a la realidad histórica de su talante, mucho menos habiendo sido precisamente Laureano Gómez el principal actor de la paz en Colombia, en lo que después se conoció como el Frente Nacional.

Sin extenderse demasiado simplemente vale decir, en primer lugar, que jamás de los jamases realizó Laureano Gómez debate político alguno sin que tuviera pruebas contundentes en la mano. Nunca, por tanto, hubo de recurrir al maniobrerismo jurídico, ni a recusaciones dilatorias, ni siquiera llegar a los estrados judiciales, porque de antemano eran tan claras sus denuncias como que el denunciado no tenía remedio diferente a renunciar. Eran por supuesto otras épocas, cuando, por ejemplo, el presidente Marco Fidel Suárez, que había derivado gajes de sus viáticos y gastos de representación e igualmente había pedido créditos bancarios a casas que al mismo tiempo tenían contratos del Estado, depuso el cargo ante las pruebas de Gómez en el Congreso. Dirían hoy, claro, que eran chichiguas, pero tanto el uno como el otro, Gómez y Suárez, tenían el decoro y la dignidad que muchos no tienen hoy. Por el contrario, van haciendo denuncias temerarias, iluminadas por la mente calenturienta, como esa supuestamente contra el presidente Santos, cuya campaña del 2010 dizque habría saldado cuentas posteriores con los dineros que se habían pagado a un estafeta de unos mafiosos. Falso de toda falsedad, denuncia temeraria por denuncia temeraria, tanto que conminado el expresidente denunciante a presentar las pruebas, hubo de recular, refugiarse en los incisos y escudarse en su ejército de  abogados, como suele hacer. Pero de las pruebas, nada de nada. Apenas una amenaza de entregarlas al Procurador, que ni por jurisdicción ni por mando tiene nada que ver en un asunto que, en caso verídico, desde luego sería mucho más calamitoso que sanciones disciplinarias. De las pruebas, pues, nada de nada… Como siempre.

Nunca Laureano Gómez fue un calumniador como los que hoy quieren posar de fiscales éticos de la nación, escondiendo sus propias anomalías en las chispas de la estridencia y la hecatombe. Mucho menos, claro está, fue Gómez el proto-fascista que quieren endilgarle algunos liberalizantes que no han podido superar los sectarismos de marras. De hecho, la violencia colombiana que aún vivimos arrancó en 1930 en el régimen de Enrique Olaya Herrera, con las persecuciones a los conservadores en los rincones de Cundinamarca, Caldas y Santander, éxodo tras éxodo, cambio de los registros electorales y hasta el incendio de Montería, que era decididamente conservadora. Alegó Gómez falta de garantías, sin ningún eco, teniendo que proclamar la abstención durante varios años de resistencia pasiva, hasta cuando el presidente Eduardo Santos pareció dar garantías a los conservadores y se citó a una primera manifestación en Gachetá. Y ahí fue la debacle, tras años de abstención, porque hordas, malinterpretando a Alfonso López Pumarejo, barrieron la manifestación, asesinando a tutiplén y llevándose por delante a varios heridos. Con ello, como dijo Gómez, lo que pretendían sectores radicales del liberalismo era terminar con el ánimo conciliatorio de Santos. Y nunca, por anticipado, habló Laureano de “acción intrépida”, el mote dado por Alberto Lleras, en medio de la división liberal entre lopistas y santistas, a la legítima defensa, que no fue Laureano Gómez el que la proclamó, sino el Directorio de Cundinamarca en vista de la impotencia del Gobierno ante sus mismos adversarios partidistas. Y que por lo demás nunca se puso en práctica. De manera que la guerra civil no declarada venía dada de antemano cuando incluso Gómez hubo de lanzar a un liberal como Carlos Arango Vélez para preservar a los conservadores. En todo caso fue después el mismo Lleras con Gómez quienes firmaron la paz, como hombres de palabra.

En algún momento, que no quería, llegó Gómez a la Presidencia y tiempo después inválido por una conmoción que lo apartó por años del solio, volvió a él. Y quién dijo miedo: sectores conservadores lo tumbaron asociados con los militares precisamente porque había reasumido para defender los derechos humanos y castigar a quienes desde la más alta cúpula castrense venían practicando la tortura en los despachos aledaños.

Y ahora quienes denigran de su memoria llegan hasta la desfachatez de tildarlo de fascista, siendo por el contrario, el único colombiano (el único), cuando además nadie más lo hacía, que  tuvo el valor de escribir un enjundioso libro (El cuadrilátero), denunciando a Hitler, Mussolini y Stalin como engrendros de la misma naturaleza, mientras exaltó a Gandhi en su resistencia pasiva contra el Imperio Británico, décadas antes de su éxito.

Hoy, sin duda, el nivel de la política no tiene ni la sombra de la altura de Laureano Gómez. No iba él por ahí poniendo petardos sin pruebas ni emitiendo dislates o hablando majaderías. Como hombre a todas luces probo que fue, respeto merece su memoria aun por los diletantes.