¡Bienvenidos a la paz! | El Nuevo Siglo
Viernes, 30 de Mayo de 2014

*Los intempestivos cambios de Zuluaga

*Santos, un timonel con peso específico

EL  regalo que hizo el presidente Santos al candidato Óscar Iván Zuluaga del  símbolo de la paz, en uno de los debates realizados en la primera vuelta, surtió su efecto. Justo después de que Zuluaga había asegurado que suspendería el proceso de paz, como primera consecuencia de su votación el pasado domingo, en un abrir y cerrar de ojos se arrepintió y decidió, en medio de la división conservadora, cambiar de posición y pasarse de la confrontación abierta a la negociación política. 

Entre tanto, la Alianza Verde descartó el voto en blanco y en voz de su excandidato presidencial, Enrique Peñalosa, calificó de histórico el momento de las conversaciones de paz en La Habana. Por su parte, la excandidata del Polo Democrático, Clara López, ha dicho que desde el principio su partido ha estado con el proceso de paz y celebró los avances en La Habana. Asimismo, una de las figuras emblemáticas de la política colombiana en las últimas décadas, el profesor Antanas Mockus, rival del hoy presidente Santos en lo que entonces se llamó la “ola verde”, que alcanzó a configurar una verdadera tercería en el país, adhirió formalmente a la nueva aspiración de su antiguo émulo por considerar, justamente, que Santos lo ha hecho bien en el tema de la paz.

De otro lado, quienes nos hemos jugado reiterativamente por la paz, manteniendo todo el tiempo la coherencia aun a pesar de las dificultades, y hemos dicho desde estas columnas que el peor enemigo de Colombia es la guerra prolongada, sin más resultado efectivo que la depredación y la explosión de víctimas que por lo demás han drenado las energías y la identidad nacionales, destacamos la intención de la campaña zuluaguista de cambiar de posición. Ojalá sea verdad, después de haber pateado la silla de la paz antes de pretender sentarse en ella.

Seguimos pensando, sin vaivenes intempestivos, como lo veníamos haciendo antes de que el presidente Santos prometió un Nuevo Amanecer en su discurso de posesión, que el camino para el país es la paz integral.

Ya pues, cambiado Zuluaga de posición, no podrá en absoluto decir que la conducta de estadista asumida por Santos en sacar avante, hasta etapas no vistas, el proceso de paz, es traición o trampa. Porque, desde luego, nunca lo fue y si quisieron cobrarle su decisión de autonomía, aun con los dicterios más inverosímiles, ello ha quedado derruido de un plumazo.

Sabido está que en este país la lucha por la paz es camino espinoso, ingrato y lleno de incomprensiones. Le ocurrió a Belisario Betancur y a Andrés Pastrana, mientras que César Gaviria hubo de cerrar el proceso de modo prematuro para no enfrentar a quienes ya comenzaban a oponerse en el Partido Liberal. Santos, sufriendo la peor de las embestidas ha logrado mantener el barco a flote, como buen timonel, bajo las tempestades que le han querido generar, para producirle todo tipo de obstáculos. Ello con el fin, precisamente, de que fracase y se retorne a ese concepto inverecundo de la guerra prolongada.

Es posible, ciertamente, que la nueva postura de Zuluaga se deba a lo que Dick Morris, asesor de Bill Clinton, llamaba la triangulación. Es decir, intentar apropiarse de las ideas del adversario para confundirlas. Por lo demás, esos mismos estrategas han señalado que nadie gana una carrera presidencial, por más extremista que sea, si no se sitúa en el centro. De manera que todo podría ser una jugada táctica del candidato Zuluaga para capturar la atención de los incautos que, sin embargo, lo dejaría muy mal parado si no tiene un contenido intelectual y voluntario real. De hecho si bien el aspirante no ha tenido proclividad ni experticia en los dificultosos temas de la paz parece que piensa que todavía es tiempo de involucrarse. Inclusive, su mismo mentor, el expresidente Álvaro Uribe, fue de los senadores que expidieron el indulto al M-19.

Entre tanto, el único que ha logrado un compromiso de Gobierno y guerrilla cuyo propósito sustancial es poner fin al conflicto es el Presidente. Nadie, sin que de ello pueda inferirse que la paz es de Santos, puede negar que lo ha hecho a través de una voluntad política madurada. Son actos objetivos, tal cual reza el encabezado de la agenda que ya lleva tres puntos avanzados, sin desmedrar en un ápice la función constitucional de la fuerza pública y no ceder en un cese de fuegos bilateral que podría darle ventajas a la subversión.  

Se equivocan, de otra parte, quienes por anticipado piden la paz como una política de Estado. Primero, sin duda alguna, tiene que sufragarse la voluntad popular y por ello, justamente, se pretende que los acuerdos de La Habana sean refrendados o desestimados por el pueblo en directo, acorde con la supremacía del constituyente primario. Luego sí, en el posconflicto, habrán de generarse las diferentes instancias que permitan esa política de Estado que avizore y consolide un mejor futuro para Colombia.