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La economía colombiana continúa sin levantar cabeza. Así lo evidencia el dato sobre el Producto Interno Bruto (PIB) revelado ayer por el DANE, según el cual el 2024 cerró con un crecimiento de apenas un 1,7%.
Aunque desde algunas esferas gubernamentales se ponderó ese resultado como muy positivo, sobre todo al compararlo con el 0,6% cuasi-recesivo que se registró en 2023, es evidente que no hay lugar a lanzar las campanas al vuelo. Por el contrario, debe recordarse que en 2022 el PIB se situó en un 7,5% y que un año atrás se alcanzó el récord de 10,6%, aunque esta cifra estuvo claramente incidida por el natural “efecto rebote” del aparato productivo después de la caída en picada de 2020 por cuenta de la crisis pandémica (-6,8%).
De hecho, ese 1,7% de 2024 terminó dándoles la razón a los bajos pronósticos que venían haciendo, sobre todo, algunas entidades multilaterales, y dejó sin piso los del Ejecutivo y otras instancias que apostaban por un 2% o más.
Sí, indudablemente hay que ponderar los rendimientos que mostraron sectores como el agropecuario (8,1%), los servicios de entretenimiento (8,1%) o el de la Administración pública (4,2%). Es claro que el buen momento del café prima en el primer rubro, mientras que el aumento del gasto público jalona el tercero.
Sin embargo, a la hora de evaluar qué pasó con los sectores que más aportan en cuanto a dinamismo productivo, empleo, impuestos y que tienen mayor efecto transversal sobre la generación de productos, bienes y servicios, la situación se torna muy preocupante. Por ejemplo, aunque el comercio repuntó (sobre todo en el último trimestre), al final tuvo un crecimiento moderado del 1,4%, obviamente impulsado por la baja de inflación y tasas de interés. Pese a ello, la reactivación del consumo aún es muy lenta. La industria, a su turno, nada que se recupera, en tanto que la construcción y el sector de los hidrocarburos y minas continuaron también en rojo. Hay mejoras en la balanza comercial, pero todavía insuficientes.
Estos magros resultados no sorprenden. Por el contrario, solo confirman el cúmulo de falencias de la política y reformas económicas de un gobierno que no solo ha tenido un perfil marcadamente fiscalista y empeñado en el aumento desaforado del gasto público, sino que ahora es víctima de sus propias acciones, especialmente del peligroso e injustificado sobredimensionamiento presupuestal de los últimos tres años. Es allí en donde está el origen real del abultado déficit fiscal y de cuenta corriente, el incumplimiento de la Regla Fiscal (por más cuentas creativas que haga el Ejecutivo para tratar de evidenciar lo contrario), la caída recurrente de las metas de recaudo tributario, la disminución de la inversión extranjera directa, el deterioro progresivo del clima de negocios y la marcada incertidumbre jurídica… A ello hay que agregar la accidentada gobernabilidad que implican tres titulares de la cartera de finanzas en apenas dos años y medio, así como la lesiva ideologización de la gestión oficial en múltiples flancos.
¿Qué hacer para contrarrestar este complejo escenario? Paradójicamente la estrategia ha estado sobre la mesa desde el comienzo de esta administración, cuando era evidente que venía una descolgada del PIB: la coordinación entre Gobierno y sector privado para activar un plan de choque efectivo y tangible que prendiera de nuevo el aparato productivo. El problema es que pese a la insistencia y disposición de la cúpula empresarial y gremial, la Casa de Nariño se ha negado a avanzar de forma decidida sobre ese objetivo y, por el contrario, desató una insólita cruzada para debilitar los rubros más fuertes de la economía, como la industria minero-energética, al tiempo que le declaró la guerra a la presencia del capital privado en los sistemas de salud y pensiones, entre otros.
¿Hay tiempo para corregir el rumbo y aterrizar de una vez por todas ese plan de choque? Una estrategia de esa complejidad no es fácil de implementar, no solo porque requiere una voluntad política que hoy no se ve en el Ejecutivo, sino porque el país está ya en un año electoral y apenas si le restan dieciocho meses a esta administración, cuadro circunstancial que dificulta cualquier estrategia estructural y de largo plazo. Más aún porque los afanes del Gobierno, en medio de la profunda crisis ministerial, la delicada situación de orden público y los escándalos de corrupción a bordo, están enfilados a sobreaguar la aguda crisis fiscal, pero esquivando los recortes presupuestales que el realismo de las cifras obliga. Por el contrario, en lugar de apretarse el cinturón con más decisión y responsabilidad, insiste en nuevas reformas tributarias pese a no tener campo de acción político ni económico para ello.
Como se ve, tras dos años y medio del gobierno Petro la economía colombiana no solo cayó en picada en 2023, sino que el año pasado repuntó levemente, aunque a un desesperante y lesivo paso de tortuga que aleja la meta de volver a crecer por encima del 3% este 2025.